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PALO CON ELLOS

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 Por: Cesar Hildebrant.

 

Ahora resulta que Martha Hildebrandt es la ministra del Interior del régimen del doctor García. Ella pidió mano dura, patadas, palizas en contra de "los ignorantes, estúpidos, desfasados" maestros del Sutep. Y le están haciendo caso.

 

La rabona tenaz apela a su edad, a la inimputabilidad de su edad, para decir cuanta barbaridad higadosa se le venga a la bífida. Eso no asombra. Lo que asombra es que ese Machu Picchu moral que es el fujimorismo –y que la señora Hildebrandt vocea groseramente para vergüenza de quienes llevamos el mismo apellido– tenga ahora no sólo una sociedad congresal con el aprismo sino una influencia tan notoria en el Ejecutivo.

 

¿Qué dirán las bases apristas, las que hoy sólo pueden murmurar su disgusto por el castigo a Wilbert Bendezú? ¿Qué dirán los apristas –usados electoralmente– de estas bodas de sangre del partido de Haya con la banda de Fujimori?

 

A la gran minería, estabilidad jurídica y mano de seda tributaria. A los huelguistas, mano de piedra Durán. A los chinos de Shougan, rodillas sin rodilleras. A los sindicalistas de Shougan, Cachiche. A los demócratas de Washington, explicaciones. A los agricultores de la CNA, portazo. Al capital chileno, brazos abiertos. A los ganaderos expoliados por Gloria, silencio. A los frentes regionales, amenazas. A Fujimori, lobbies para salvarlo –con Otero a la cabeza–. A los services, comprensión. A los puneños, olvido.

 

 

García dice en privado que la derecha es aliada inexorable. No es cierto. La derecha no es que se haya aliado: gobierna. El aliado es él, García, que cree que va a ser Leguía pero va a terminar siendo Belaunde.

 

 

Porque no es que la derecha peruana esté interesada en edificar un país viable. Lo que a ella le importa es el margen de ganancia, la tasa de retorno, el infrasalario, la contrata de la pendejada. O sea que la bonanza de los precios metaleros pasará como pasó lo del guano.

 

 

Como a todo converso, a García se le ha pasado la mano. De concebir un Estado hipertrófico ha pasado a concebir un Estado tuberculoso que ni siquiera puede enviar frazadas por cuenta propia. Un Estado que sólo se hace notar cuando apalea a los que no pueden responderle. Un Estado que no arbitra sino que cuida los intereses del dinero. Un Estado maniatado al que amenazan los indicadores de riesgo, la banca de inversión, la mami de Tarzán (es decir, Bush) y hasta la DEA cuando de hectáreas de coca se trata.

 

 

García ha cedido en todo y ha abandonado el centro. Su discurso puede tener ecos piadosos en algunas plazas, pero su práctica es la de un mandatario que ha perdido toda esperanza de cambiar algunas cosas importantes: la igualdad ante la ley, la dignidad en el trato con la inversión extranjera y nacional, un cierto retorno a la planificación del desarrollo, la admisión de que crecimiento económico y justicia social no son sinónimos, la percepción de que el modelo reprimarizador-exportador nos va a dejar como siempre: congelados en el tiempo, divididos con encono.

 

 

Y con Martha Hildebrandt oficiando de lóbrega porrista.