Barack Obama, al frente de una nación conmovida e inquieta, ha guardado un minuto de silencio en recuerdo de Gabrielle Giffords , los seis muertos y la docena de heridos el sábado en Tucson . El silencio parece una buena respuesta al acaloramiento político que ha precedido a este crimen y quizá sea suficiente también para modificar el rumbo del país. La tragedia de Arizona da al presidente una oportunidad de oro para recuperar su liderazgo y tratar de reunificar a sus compatriotas.
Es una gran oportunidad pero también un momento muy difícil de gestionar. Cualquier movimiento en falso, cualquier gesto que haga pensar que Obama trata de sacar partido de la sangre derramada en Tucson se volvería en su contra con efectos letales. De momento, se ha limitado a guardar silencio, y ha cancelado para este martes un acto en Nueva York en el que se esperaba que analizara lo ocurrido en Arizona.
El silencio, eso sí, resultó impactante, probablemente más eficaz que cualquier discurso. Es paradójico que el hombre que ganó fama mundial por sus emocionantes discursos pueda recuperar la iniciativa por mantener la boca cerrada.
Fue a las 11.00 en punto. Compareció acompañado de su mujer, Michelle, en la puerta del Rose Garden de la Casa Blanca. Un marine con uniforme de gala hizo tres toques de campana y el presidente bajó la cabeza en señal de respeto y meditación. Unos 300 colaboradores que le escoltaban copiaron el gesto. "Durante un rato sólo se escuchó el soplido del viento", describió el instante un emocionado periodista con más de 20 años de presencia diaria entre esos muros.
El rito se repitió casi idénticamente en el Capitolio, en cuyas célebres escalinatas se concentraron congresistas y empleados, muchos con lágrimas en los ojos y, seguramente, con la mente puesta en el recuerdo de Giffords, en cuya oficina se amontonan flores y mensajes de cariño.
¿Qué sucede a partir de aquí? La posibilidad de que todo siga como antes y esas escalinatas, en las que se escucharon graves insultos y amenazas hace menos de un año, cuando el Tea Party se concentró allí durante la votación de la reforma sanitaria, sean de nuevo el acceso a un campo de batalla. Pero no es esa la impresión que hoy se tiene.
Nuevo código de seguridad
El Congreso ha suspendido sus sesiones esta semana y la votación prevista por los republicanos para rechazar la reforma sanitaria ha sido pospuesta sin plazo fijo. En lugar de eso, demócratas y republicanos trabajan juntos en la elaboración de un nuevo código de seguridad y en la preparación de una agenda pactada para los próximos días. En privado, unos y otros tratan de acomodarse al nuevo clima político, en el que no caben los extremismos ni las declaraciones subidas de tono. El nuevo presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, deberá fijar una hoja de ruta distinta para su proyecto. Lo mismo tendrán que hacer Sarah Palin y el resto de los potenciales candidatos republicanos a la presidencia.
Pero quien más tiene que ganar (y también que perder) ante este reto es el propio presidente. Los sucesos de Tucson colocan al país de nuevo en la situación ante la que Obama tiene ocasión de mostrar sus mejores virtudes, las que le dieron la presidencia: el líder bipartidista, centrista, prudente, capaz de alzarse por encima de la lucha ideológica y conducir al país hacia el futuro.
Como se ha visto desde el primer día, esta es una ocasión similar a la del atentado de Oklahoma, que cambió fulminantemente la percepción de Bill Clinton y lo condujo a una cómoda reelección después de varios años tambaleante por la amenaza de Newt Gingrich y su revolución conservadora.
Revolución no es ya una palabra de moda. Lo fue enormemente el año pasado, cuando la revolución americana sirvió de inspiración al Tea Party hasta para encontrar su nombre. Pero la violencia absurda de Arizona, aunque perpetrada por un lunático, ha tocado la conciencia de los ciudadanos y ha desacreditado a todos los que con su retórica la ensalzan.
Cortesía: El País