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¿Por qué el Derecho Romano sigue con nosotros?

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El Derecho Romano, con más de dos mil años de historia, sigue siendo una fuente inagotable de inspiración para nuestras leyes, es fascinante pensar cómo un sistema creado en una civilización tan lejana todavía influye en nuestras vidas cotidianas, desde cómo compramos una casa hasta cómo establecemos un contrato; aunque no lo notemos, muchas de las reglas que nos ofrecen estabilidad en la sociedad tienen su origen en esa Roma que, con su ingenio, sentó las bases del mundo jurídico que conocemos hoy.

Cómo sabemos en el Derecho Civil, se regulan las relaciones entre personas y establece las normas básicas para cosas como los contratos, el matrimonio o la herencia; este sistema, presente en gran parte de Europa y América Latina, nació en Roma, donde las leyes se dividían en el ius civile, reservado para los ciudadanos romanos, y el ius gentium, pensado para extranjeros, con el paso de los siglos y tras la caída del Imperio Romano, estas ideas evolucionaron, pero nunca dejaron de estar presentes. Finalmente, se consolidaron en el siglo XIX con el Código Napoleónico, un documento que marcó un antes y un después en la historia de las leyes.

Lo más interesante es cómo estas normas romanas han sabido mantenerse vigentes adaptándose a un mundo que no podrían haber imaginado, un buen ejemplo es la distinción entre propiedad y posesión. En Roma, la propiedad (dominium) era el derecho absoluto sobre un bien, mientras que la posesión (possessio) solo implicaba tener físicamente ese bien, sin necesariamente ser su dueño; aunque no son dueños, lo poseen mientras dura el contrato.

Este concepto, demuestra cómo los romanos se adelantaron a su tiempo. Incluso en el mundo actual, donde lidiamos con bienes digitales o propiedades virtuales, esta distinción sigue siendo útil para garantizar claridad y justicia en nuestras relaciones legales.

Otro legado que usamos casi sin darnos cuenta es la teoría del contrato; en la Antigua Roma, los contratos podían ser formales, con rituales y palabras solemnes, o consensuales, donde bastaba con que las partes estuvieran de acuerdo. ¿Les suena familiar? Es la base de cualquier acuerdo que hacemos hoy, desde alquilar un auto hasta comprar algo en línea. Incluso principios como el pacta sunt servanda («los pactos deben cumplirse») o la buena fe en los negocios vienen directamente de esa época; pero lo realmente fascinante es cómo estas reglas, creadas para mercados locales, han sabido adaptarse a un mundo globalizado. En la era digital, con contratos electrónicos y transacciones virtuales, los principios romanos siguen siendo la brújula que guía nuestras leyes, eso sí, con un pequeño ajuste en algunas transacciones importantes, como la compra de una casa, aún se exigen formalidades que garantizan seguridad jurídica.

El Derecho Romano no solo toca nuestras transacciones económicas, sino también algo mucho más cercano nuestras familias. En Roma, la familia era vista como el núcleo de la sociedad, y eso no ha cambiado; conceptos como la patria potestad, que en su época daba amplios derechos al padre, evolucionaron hacia lo que hoy conocemos como autoridad parental, enfocada en el bienestar de los hijos; la adopción también ha cambiado: si antes buscaba garantizar herederos, ahora es un acto de amor y protección hacia niños que necesitan un hogar; sin embargo, la visión de los romanos sobre la familia no solo dejó normas, también nos recuerda algo fundamental la importancia de cuidar las relaciones más cercanas, esas que, aunque parezcan simples, sostienen la estructura misma de la sociedad.

No podemos hablar del Derecho Romano sin mencionar una de sus mayores obras: el Corpus Iuris Civilis. Imaginen a Justiniano, un emperador con la ambición de ordenar todas las leyes de su imperio, creando un compendio que no solo marcó su época, sino que influenció la manera en que pensamos el derecho hasta hoy. Este documento, dividido en el Código, el Digesto, las Instituciones y las Novelas, no solo simplificó el acceso a la justicia en su tiempo, sino que se convirtió en el modelo para los códigos civiles modernos, como el famoso Código Napoleónico.

¿Y qué pasa con el ámbito internacional? Los romanos también se adelantaron en esto, conceptos como la jurisdicción, que establece qué tribunal puede resolver un caso, o el principio de lex loci (la ley del lugar), son la base del Derecho Internacional Privado actual; si alguna vez se han preguntado cómo se resuelven los conflictos legales entre diferentes países, la respuesta está, otra vez, en Roma; además, los romanos practicaban algo que hoy llamaríamos reconocimiento mutuo de sentencias. Aunque no tenían un sistema formal, entendían que, para mantener la paz y el comercio, era necesario respetar las decisiones de otras regiones del imperio, hoy, este principio guía tratados internacionales y ayuda a fomentar la confianza en un mundo interconectado; a pesar de su legado extraordinario, el Derecho Romano también enfrenta desafíos, el mundo cambia rápido, y con él, las leyes necesitan ajustarse a nuevas realidades.

Pensemos en la inteligencia artificial, los contratos inteligentes basados en blockchain o los derechos digitales. Aunque los juristas romanos no podían imaginar estos temas, sus principios básicos, como la equidad y la justicia, siguen siendo útiles para abordar estas cuestiones; esta capacidad de adaptarse a los tiempos es lo que hace que el Derecho Romano no sea solo un recuerdo del pasado, sino una herramienta viva y práctica para el presente. Nos muestra que, aunque cambien las circunstancias, los fundamentos de justicia, claridad y orden son universales y atemporales.

Al final del día, el Derecho Romano no es solo un sistema jurídico, es un recordatorio de que las grandes ideas pueden trascender siglos y continentes. Nos conecta con una civilización que, a pesar de la distancia en el tiempo, nos sigue hablando, enseñándonos y guiándonos, quizás por eso sigue siendo tan relevante: porque nos recuerda que, en el fondo, las leyes no son solo reglas, son la manera en que organizamos nuestras vidas para convivir en armonía y construir un futuro más justo.

Este artículo fue elaborado por Fiorela Maquera, Jeldy Marca, Joselyn Perca, Paola Padovani, Karen Laura, Nicoll Mamani, Maria Kuris, Fabiola Monje y Jhon Montesinos.