Cuando alguien, con sus manos, nos toca, nos palpa, nos masajea, nos devuelve, paso a paso, a nosotros mismos. Una especialista nos cuenta por qué es importante entregarse un rato a este \»mimo\» saludable, y por qué el embarazo es una etapa ideal para que las mujeres sean masajeadas por otra persona que la ayude a relajarse y encontrarse consigo misma.
Masajes permiten encontrarse con uno mismo, reconociendo cada perímetro del cuerpo
Volver a las raíces siempre es bueno. Afianzarlas, regarlas, fortalecerlas. La raíz de la palabra masajes viene de massein, que en griego significa amasar, y de masecech, que en hebreo significa palpar. Amasar y palpar, dos nobles prácticas que nos acercan tal vez a crear una buena receta, una masa amorosa y crujiente, que, tibia, puede ser un bello pan. O palpar, que también nos lleva lejos: a descubrir, a conocer, a tocar con calidez y cuidado.
Recibir masajes es en general una experiencia que nos reconecta como seres humanos. El otro, sea la pareja que contacta el cuerpo desde el amor o un profesional experto que lo aborda desde su conocimiento y experiencia, nos acerca a nosotros mismos.
Nos devuleven, como si lo hubiéramos perdido, una idea de nuestro perímetro, de nuestra piel, de las sensaciones que, distraídos por los estímulos del afuera o las preocupaciones que le dan peso a la cabeza, vamos adormeciendo.
Cuando se recibe un masaje se vuelve. Se llega a casa, se acerca uno a su cuerpo; en el sentido más literal de la palabra, vuelve a tomar conciencia de su propio terreno y siente que florecerá una vez más.
Cortesía: El Clarín de Argentina