Gonzalo Moya Cuadra
“Si la política es alejada de las fuerzas de las ideas, se convierte única y exclusivamente en el ejercicio del poder” (Arturo Illía)
Arturo Illía, fue un médico rural, pobre y modesto, quien ejerció la medicina como debería ejercerse en la actualidad, gratuita y solidaria, como un servicio humano permanente, “con la salud no se negocia”, en un pequeño pueblo de la Provincia de Córdoba, Cruz del Eje y llegó a ser Presidente de la Argentina allá por los años sesenta del siglo pasado. Illía, político honesto y cabal, como deberían ser todos los políticos en nuestros días, donde la política se ha transformado en un pandemónium de ineficacia e inmoralidad, supo superponer los intereses ciudadanos a los intereses personales, supo expresar con absoluta diafanidad la esencialidad política de lo humano, supo estructurar la axiología como método efectivo para hacer de la política la ciencia más trascendente de la historia, supo encauzar ese diálogo tan necesario para el bien común, utópico, amoroso, compasivo, creativo, supo transmitir esos valores mayores que vienen del corazón, de la sensibilidad, de la espiritualidad (no de la religiosidad), esos valores que deberían ser la máxima expresión moral de la política contemporánea, “se educa de tres maneras: con el ejemplo, con el ejemplo y con el ejemplo”. Illía, militante de la Unión Cívica Radical, socialdemócrata, fue derrocado por un Golpe de Estado en julio de 1.966, encabezado por el General de Ejército Juan Carlos Onganía, “He sido derrotado por quienes me rodean”, es decir, fue traicionado por una caterva de elementos subversivos que no representaban a las Fuerzas Armados, sólo a un grupo de insubordinados anti constitucionalistas. Lo mismo sucedió con Salvador Allende, derrocado por una conjura cívico-militar y el gobierno norteamericano encabezado por Richard Nixon y el Secretario de Estado Henry Kissinger. De igual manera con Manuel Zelaya, presidente constitucional de Honduras, derrocado por las Fuerzas Armadas y la Corte Suprema de Justicia, por una supuesta crisis política. También el presidente constitucional de Perú, Pedro Castillo Terrones, víctima de la alevosía y la traición, fue destituido por “incapacidad moral”, algo realmente insólito e impresentable. ¡Qué manera de entender la política! ¡Qué manera de violar los derechos humanos! ¡Qué manera de quebrantar la libertad de pensamiento! ¡Qué manera de llevar la estupidez humana a su máxima expresión! Un político, da lo mismo izquierda o derecha, representa la punta más alta de la ignorancia, cuando rechaza algo de lo cual no comprende absolutamente nada, o sea, cuando no entiende nada de política. Generalmente suele suceder cuando no hay una acción política conjunta entre pueblo y gobierno o cuando se desconoce el deber constitucional. Arturo Illía, es el buen político quien ejerció su labor gubernamental sin ostentación, es el buen político quien sólo utilizó su trabajo para servir al pueblo, “hay que ser austero, desinteresado y modesto” (elementos fundamentales de un político inteligente), es el buen político quien se negó a recibir un sueldo mientras estuvo en el cargo presidencial, es el buen político quien se negó, impensable hoy en día, a recibir una jubilación del Estado, sobreviviendo con sencillez, después de dejar la primera magistratura, como médico de los pobres y como empleado en la panadería de un amigo. ¡Qué ejemplo de moral política! Su gobierno fue un buen gobierno, pues en su gestión se incrementaron los sueldos, pero sin ocasionar inflación, puso un máximo al valor de los medicamentos y hubo una absoluta libertad de prensa, entre otros aciertos políticos. Acaso lo que ocasionó su caída fue cuando se enfrentó a la conspiración que tramó la iglesia católica y los grandes empresarios, cuando se enfrentó a aquellos que no entienden que la política significa sólo decencia e incorruptibilidad.
“Sin orden jurídico estable y permanente, estamos frustrando el porvenir de la patria”. Y al final, Illía murió pobre, como muere todo ser humano, silencioso, inmóvil, desolado. Y al final, nadie le recuerda, nadie…