Alrededor de 80 por ciento de la población lleva a cabo alguno de los diversos rituales de fin de año, por la necesidad de adquirir esperanza.
(Foto: Difusión)
Entre los rituales más destacados y conocidos están, por ejemplo, las personas que acostumbran barrer o hacer limpieza en sus casas el último día del año, con la intención de alejar malas vibras y mala suerte.
Hay gente que acostumbra preparar las maletas con ropa, ya que se supone que con ello van a atraer muchos viajes durante el siguiente año. Otras personas compran o regalan prendas íntimas, ropa interior, por ejemplo la de color rojo es para atraer amor y la de color amarillo para el dinero, por último hay quienes acostumbran en las 12 campanadas de fin de año «comer una uva por cada campanada para atraer salud, felicidad, dinero, etcétera.
Más que la cuestión descriptiva de estos rituales, lo más relevante es lo que subyace detrás de estas prácticas, ya que esta simbología indica que el ser humano intenta exorcizar sus miedos, y ésta es sólo una forma más de entre muchas otras en que lo intentamos. Sobre todo en contextos de crisis económica, social o espiritual se reactivan estas prácticas, porque el ser humano vive en incertidumbre, incluso nuestra propia vida es fortuita e incierta.
Llevamos a cabo rituales a través de los cuales intentamos atraer cosas que deseamos favorables como el dinero, la salud, el amor, etcétera, y exorcizarlas mediante prácticas en las cuales no hay una racionalidad, es básicamente una creencia que forma parte del bagaje cultural y espiritual del ser humano.
Cuando se realizan estas prácticas, lo que se hace en realidad es adquirir esperanza, y cuando el ser humano quiere creer algo aunque los demás vean lo contrario él va a seguir su creencia, y va a modificar todas las señales a favor de ella, y va a desechar las que tienden a anular esa creencia.
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