Por: Gonzalo Moya Cuadra
La futura Constitución, democrática y popular por esencia, deberá ser el inicio de un proceso refundacional que, sin duda alguna, colocará a Chile a la vanguardia de los países regionales en la temática de derechos sexuales y reproductivos, derechos humanos, sociales, medio ambientales, sistemas de justicia, sistema político, entre otras garantías constitucionales, para llegar a ser efectivamente un Estado moderno, descentralizado, plurinacional e intercultural. Conocida como una nación ad litteram “próspera”, empero sometida a un sistema económico ya inviable, optó por presión ciudadana alejarse definitivamente del perverso e inhumano capitalismo que impuso de manera irracional y por la fuerza la sombría dictadura pinochetista.
El nuevo gobierno, lejano a la izquierda real, reafirma a un presidente que en los hechos está llevando a cabo un programa netamente reformista y claramente continuador de la política económica e internacional del anterior gobierno derechista, uno de los más nefandos de la historia chilena. El accionar político indica que siempre es posible retomar el modelo de desarrollo que tiene como pilar fundamental la refundación del país para consolidar el verdadero sentir de un pueblo históricamente expoliado y humillado, aún por parte de gobiernos supuestamente de izquierda, posteriores al régimen autócrata, pero que sólo plantearon tenues medidas reformistas que favorecieron, como siempre, al inmoral empresariado o a la burguesía especulativa o a poderosos grupos económicos, lo que tuvo como significancia inmediata la casi renuncia del ex presidente de la república Sebastián Piñera y el inicio de un proceso constituyente.
Algunas acciones espurias, actos contradictorios, inexplicables desencuentros entre los “poderes” ejecutivo y legislativo, soberbia o arribismo izquierdista, han vulnerado indefectiblemente la confianza que una parte del pueblo chileno entregó al actual mandatario Gabriel Boric. Si algo no se puede aceptar en política o en cualquiera actividad humana es la falta de diálogo, la deslealtad e inconsecuencia, pues significa que no se ha entendido la potencialidad trascendente y necesaria para superar el capitalismo, demasiado execrable para el desarrollo humano. Existe un clarísimo indicio de irresponsabilidad por parte de los partidos “progresistas” que conforman la actual administración, pues sencillamente han olvidado que el verdadero protagonista en cualquier tiempo histórico es el pueblo.
Chile, todavía inmerso en la barbarie cultural e inhumano capitalismo, debe culminar un gran proceso independentista, unitario y autónomo, interrumpido el año 1.973, que proyecte una permanente defensa político-axiológica a desarrollarse mediante una organizada presión popular y una base programática conducente a promover un sólido ideario refundacional.