Estados Unidos se dispone a dar un drástico giro político. Los esfuerzos finales de Barack Obama, que hasta el último momento hizo campaña a favor de las candidaturas demócratas, no han servido para cambiar el estado de ánimo de los electores, que hoy castigarán severamente al presidente y darán a los republicanos una mayoría suficiente en el Congreso como para frenar el proyecto demócrata y, si son capaces, avanzar sus propias soluciones a la crisis de confianza que vive el país.
La única duda todavía, a juzgar por los datos de las encuestas, es la del tamaño de esa mayoría. Los republicanos tienen una ventaja de más de 10 puntos entre los posibles votantes en el conjunto de la nación y están por delante en casi todas las carreras en las que se decidirá la composición final del Senado y la Cámara de Representantes. Si la ola renovadora les favorece en aquellas competencias en las que ahora mismo están empatados o en ligera inferioridad, cosa no descartable, la victoria conservadora puede ser de proporciones históricas, por encima de los 60 o 70 escaños, incluso cercana a los 90.
La combinación, claramente detectada por las encuestas de Gallup, de una masiva participación del electorado republicano con la apatía de los sectores que apoyaron a Obama hace dos años -jóvenes, mujeres, hispanos y negros-, puede dar lugar a un verdadero cataclismo político que hunda a los demócratas en la irrelevancia y fuerce al presidente a reacomodar bruscamente su agenda para aspirar a la reelección.
El mensaje republicano, prevaleciente desde hace varios meses, ha acabado por imponerse hasta el mismo día de la votación: el país está irritado por la situación económica, descontento por las prioridades adoptadas por Obama -inversión pública, reforma sanitaria y remodelación del sistema financiero- y decepcionado con las promesas de cambio.
El problema es, probablemente, más profundo. La irritación de los norteamericanos se explica más acertadamente por los síntomas de decadencia de su país frente a nuevas potencias emergentes. No es casual que China haya sido uno de los constantes blancos de los ataques republicanos en estas últimas semanas. Pero lo cierto es que Obama, que ha tenido que soportar una intensa campaña de distorsión de su figura y de su gestión, no ha podido hasta el momento revertir la sensación de que las próximas generaciones de estadounidenses vivirán peor que sus padres.
Ante ese miedo, el país ha vuelto la vista hacia el otro bando. No importa que muchos de los fracasos de estos dos últimos años sean achacables al obstruccionismo de los republicanos. No importa tampoco que muchos de los logros de Obama requieran cierto tiempo para su visualización. Los electores no tienen paciencia, ni aquí ni en ninguna parte del mundo. Los electores, más de un 60%, según las encuestas, se limitan a percibir que el país marcha en un rumbo equivocado y quieren corregirlo.
¿Serán los republicanos capaces de hacerlo? ¿Actuará Obama en consecuencia con ese mensaje? El tiempo lo dirá. Los republicanos triunfarán hoy gracias en gran medida a la fuerza movilizadora del Tea Party y, al mismo tiempo, lastrados por el radicalismo de ese movimiento. Su actuación se verá condicionada por los compromisos extremistas adoptados durante la campaña por un buen número de los nuevos integrantes del Congreso. El liderazgo republicano intentará, por supuesto, domesticar y cooptar esa furia radical, pero no es seguro que pueda conseguirlo.
En cuanto a Obama, el principal dilema a resolver es el de reinventarse o persistir en su línea con la esperanza de que el público acabe por entender y valorar lo que está haciendo. Durante la campaña ha dado algunos signos de querer decantarse por esta última opción. Pero la tradición -Bill Clinton, como ejemplo más reciente tras la derrota de 1994- y sus principales asesores le recomendarán la primera.
Se abre, por tanto, una gran incógnita sobre la segunda fase de la presidencia de Obama, que comienza mañana. De la solución de esa incógnita dependerá el resultado de 2012, pero -más importante que eso- dependerá el comportamiento de EE UU como primera potencia mundial. Este mismo viernes, Obama inicia una importante gira por Asia que incluye paradas en uno de los países emergentes más competitivos, India, y en la mayor nación musulmana del mundo, Indonesia, además de sendas cumbres de la APEC y el G-20. Será el primer botón de muestra del nuevo Obama o del Obama de siempre, el primer examen sobre la vulnerabilidad de su liderazgo.
La política exterior, como es costumbre, apenas ha aparecido en la campaña electoral; ni siquiera Afganistán. El debate, dirigido desde el primer día por los republicanos, se ha centrado en una apuesta ideológica: la idea de que el Estado, simbolizado en Obama, amenaza las esencias nacionales, priva de libertad al pueblo y es el responsable del empobrecimiento del país.
Cortesía: El País