El Gobierno ha puesto en marcha un enorme dispositivo de salvamento, con el despliegue de 100.000 soldados, 300 aviones y alrededor de 40 barcos. Los supervivientes en las zonas devastadas se apiñan en los refugios y hacen alimentos ante la incertidumbre sobre lo que tardarán en llegar nuevos víveres, mientras los equipos de rescate siguen buscando gente entre las casas sumergidas, los coches reventados y los barcos arrastrados por las aguas.
Situación caótica
Más de un millón de hogares carecen de agua potable desde el viernes y más de 2 millones de viviendas están a oscuras en Aomori, Iwate, Miyagi y Fukushima. También se está racionando el combustible en las gasolineras en esas provincias golpeadas por el seísmo, el mayor que ha sufrido Japón desde que comenzó a registrar datos hace 140 años.
Ante la gravedad de la situación, mañana se suspenderán los trabajos en instituciones como el Parlamento de Japón, algo inusual en una de las naciones más avanzadas del mundo. Tampoco abrirán sus puertas el lunes las plantas de los gigantes de la industria automovilística nipona Honda, Nissan, Mitsubishi, Suzuki o Toyota, líder mundial del motor. Algunas de estas grandes empresas aseguraron que es muy difícil continuar operando sin recibir las piezas de repuesto que necesitan y el Ejecutivo les pidió que conserven energía para evitar más cortes de suministro en los próximos días.
Las imágenes aéreas siguen mostrando edificios arrancados de cuajo y coches y trenes desparramados como si fueran juguetes de plástico por la fuerza de las olas en los alrededores de la ciudad de Sendai, situada unos 300 kilómetros al norte de Tokio y a solo 130 kilómetros del epicentro. En Sendai, que tiene alrededor de un millón de habitantes, han sido encontrados alrededor de 300 cadáveres. El barrio de Wakabayashi, que da al mar, quedó convertido en un pantanal. La mayoría de sus casas resultaron barridas. El mar arrojó dos kilómetros tierra adentro contenedores del puerto, transformados en arietes mortales.
El primer ministro, Naoto Kan, que recorrió ayer por la mañana la región en helicóptero, dijo que se trata de un "desastre nacional sin precedentes". "El daño es enorme. Lo que eran hasta ahora zonas residenciales han sido barridas en su mayoría en muchas áreas costeras y los fuegos siguen ardiendo", dijo. Estados Unidos, que tiene 50.000 soldados en Japón, ordenó a su flota, incluidos dos portaaviones, que suministre ayuda.
Las continuas réplicas han provocado el pánico en muchos ciudadanos y turistas. Como Jayce Ong, un ingeniero singapureño de 35 años que se encontraba de viaje en Tokio. "Cuando se produjo el terremoto, estaba en un café. Todo comenzó a temblar. No es que sintiera el terremoto, sino que estaba dentro de él. No tuve miedo sino terror. No sabía dónde meterme. Pensé que la tierra se iba a abrir y me iba a tragar", contaba anoche en el aeropuerto de Haneda, uno de los dos de la capital, mientras hacía cola para sacar la tarjeta de embarque.
A Katy Hamm, una estadounidense de 29 años que vive en Washington, el temblor la sorprendió en el aire. "Se produjo cuando íbamos a aterrizar en Tokio. El avión volvió a remontar el vuelo y estuvimos una hora y media dando vueltas. Iba a hacer una escala de algo más de una hora antes de continuar hacia Bangkok, y llevo más de 30 horas aquí", dice Hamm, que se dirigía a Tailandia en viaje de turismo.
Japón está asentado en el llamado Anillo de Fuego del Pacífico, una zona de gran actividad volcánica y telúrica, y Tokio se encuentra en uno de los lugares más peligrosos, donde tres placas continentales se están frotando unas con otras, lo que genera una enorme presión sísmica.
El Gobierno ha advertido desde hace tiempo de la posibilidad de que se produzca un terremoto de magnitud 8 antes de 30 años en la zona urbana de la capital.
Cortesía: El País