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EL DIARIO DE ANDRÉ

“Las brutal represión de las manifestaciones expresan las aspiraciones del pueblo chileno a un retorno a la democracia”. (F. Mitterand)

André, pobre de familia, pobre de solemnidad, cura obrero, entendedor de maitines y completas, entendedor de su vocación religiosa, de su ministerio eclesial, de su discernimiento cristológico, fue un hombre sencillo, humilde, un sacerdote católico que optó por los pobres, “una religión que no se compromete con la realidad de los pobres es simplemente piedad, alguna clase de buenismo sin sentido” (A. Jarlan), por todos aquellos pobres habitantes de una población pobre diezmada por la pobreza, pobres que se alimentaban malamente una vez al día, pobres consumidores impenitentes de drogas y alcohol, fue un religioso misionero que llegó a la capital chilena desde su natal Francia para trabajar en la Población “La Victoria”, habitada por humanos pobres, pobres como la pobreza misma, pobres como el pobre assisano, pobres como los pobres africanos, pobres como los pobres trabajadores, humillados, perseguidos, asesinados en el tiempo tiránico, tiempo de silencio, tiempo clandestino, tiempo que ocultó a hombres buenos, a mujeres solidarias, a una juventud desvalida, desesperanzada, inmovilizada, a militantes y no militantes, a creyentes y no creyentes, perseguidos, torturados, sin razón, sin límites, todos acogidos amorosamente por André en su pobre parroquia victoriana,  tiempo que fue descrito por André Jarlan en su Diario, acaso de vida sufriente, algunas páginas en francés, la mayoría en español, Diario que fue sacado clandestinamente desde Chile hacia su tierra natal en plena dictadura, páginas que acogen reflexiones personales, que cobijan tristeza espiritual, dolor teológico, mucho dolor, por todo lo que estaba aconteciendo en esos días de terror, porque era terror, era pavor, era tortuosidad, era brutalidad, días que significaban días de vida o días de muerte para el pueblo sometido, días de finales del invierno de mil novecientos ochenta y cuatro, día cuatro del noveno mes, día martes, martes como el día del golpe de estado de mil novecientos setenta y tres, día martes, como Martes, el cruento dios de la guerra que impuso su poderoso báculo ferroso para iniciar una guerra inventada por los poderes fácticos, día que amaneció nublado, umbroso, frío, lloviznoso, día en que la población “La Victoria” fue invadida por cientos de febricitantes verdugos, día donde los pobres pobladores fueron literalmente masacrados, día en el cual André, militante del  calvario, como el cristo histórico, como el cristo cósmico, Andrés de “La Victoria”, fue asesinado en su humilde dormitorio del segundo piso de la casa parroquial, había subido a descansar, mientras leía algunos salmos, mientras escribía, “me van a matar, dios mío”, escribía, mientras esperaba vanamente la llegada de su dios padre que le abandonó, mientras en las calles polvorientas continuaban los balazos, continuaba la humareda, continuaba la represión, continuaba el dolor, continuaba el sufrimiento, mientras el cuerpo rígido, lívido, de André, fue encontrado por una anciana pobladora que lo protegió hasta la llegada de Pierre, su hermano en el sacerdocio. Nada se pudo hacer, nada. Sólo miraban la figura quieta y silente del sacerdote André Jarlan. “La Victoria” lloraba, lloraba como la lágrima de su cristo asesinado, ya dormido.

 Su cuerpo fue acompañado por cerca de quinientas mil personas, todas tristes, iracundas, creyentes y no creyentes, su cuerpo fue acompañado por su pueblo que comenzaba a renacer, por su pueblo activo que ya vislumbraba una naciente esperanza, por su pueblo que ya veía cercano el final de la dictadura, por los victorianos que ya oteaban a futuro la publicación del Diario de André, escondido en tiranía por hombres sencillos, trabajadores, religiosas, sacerdotes, humildes pobladoras, todos pobres, todos amigos leales, creyentes y no creyentes. El Diario de André fue su victoria final, fue el triunfo de un ser humano crucificado, a la vez triunfador, el ejemplo de un hombre bueno que vivió su propia eternidad, como todos los seres humanos, el triunfo del cristo humano, traicionado, símbolo de los pobres, el triunfo de los torturados, de los desaparecidos, el triunfo de la tolerancia, el triunfo de la libertad de pensamiento, el triunfo de la justicia, el triunfo de la política dialogada, el triunfo de una teología renovada, la victoria de los pobladores de “La Victoria”, el triunfo solidario de toda la humanidad.