TEMAS DEL DIA:

Coronavirus | Elecciones 2021 | Elecciones en Tacna | Vacunación | Salud | Tacna | Vizcarra | Pedro Castillo

EL ENTUSIASTA SKÁRMETA

Gonzalo Moya Cuadra

“Amo el amor que se reparte en besos, lecho y pan” (Antonio Skármeta)

Skármeta, el entusiasta Skármeta, fue el autor de “El cartero de Neruda” (“Ardiente Paciencia”), centrada en el tiempo de la dictadura chilena que cuenta la amistad entre un sencillo cartero que quería ser poeta y Pablo Neruda, el poeta comunista, como Rafael Alberti, que quería transformar a su país, a su pequeño país, sometido a la desesperanza y la inequidad, en un gran país progresista, un país que todavía sufre los embates arteros del pérfido sistema capitalista, básicamente amoral, inauténtico, deshumanizado. Skármeta, antofagastino como Andrés Sabella, militante del M.A.P.U, Movimiento de Acción Popular Unitaria, durante el gobierno de la Unidad Popular, escindido de la Democracia Cristiana, vivió de manera intensa ese tiempo histórico, ese tiempo tan especial, tan transparente, tan poético, ese tiempo tan despierto, ese tiempo que construyó las bases de un gran proceso democrático-popular, ese tiempo aún inentendible para las nuevas generaciones. Skármeta fue un vehemente escritor, poseedor de una mágica sensibilidad, de una taumatúrgica paciencia para escribir con soltura, comodidad y calidad estilística, vitales experiencias, un entusiasta escritor que desarrolló con éxito su innato talento creativo. “El Cartero de Neruda”, trama ubicada entre el ventoso puerto de San Antonio y el campanario desolado de Isla Negra, el abandonado litoral de los poetas, nos muestra una triste historia de amor y poesía en un contexto político extraño, donde el miedo a tener miedo era parte de lo cotidiano, donde la esperanza y el amor eran las únicas armas reales para resistir con inteligencia creativa a un régimen oprobioso, a una tiranía sangrienta, “El amor es como querer volar, aunque sepas que puedes caer en cualquier momento”, donde el protagonista, Mario Jiménez, nos muestra un país derrotado, temeroso, donde todo se perdió en el mar negro del averno político, donde el cartero que quería ser poeta nos conduce a un país que perdió su bitácora democrática para caminar a zancadillas por los umbríos caminos pedregosos de la barbarie, donde il postino nos lleva a la casa de Neruda, a su bella casa donde vivían sus mascaronas, infantas marinas de madera fina, incorruptibles, antiguas, no contaminadas por el dolor mezquino del desamor, donde habitaba el poeta que amaba el mar religioso, el poeta que extrañaba aquella casa de campanas milagrosas, a veces silenciosas, “Necesito desesperadamente aunque sea el fantasma de mi casa. Mi salud no está bien. Me falta el mar, Me faltan los pájaros. Mándame los sonidos de mi casa”, el poeta decía, donde Skármeta visibiliza su respeto, su emocionalidad por quien fuera su admirado poeta, su poeta maduro, profeta de su incipiente, peregrina, escritura, “que te diga que tu libro es bueno no quiere decir mucho, porque todos los libros de escritores “jóvenes” son buenos”, donde Skármeta nos describe una historia de amor decidido, sexual como todos los grandes amores, un amor de longitud que se pierde más allá de la luz, “Hubo una vez un poeta que se enamoró de una tal Beatriz. Las Beatrices producen amores inconmensurables”, donde el cartero que quería ser poeta abrazó al poeta que era poeta, diciéndole, “no se muera poeta”. Y después Skármeta enfermó de cáncer y el cáncer le consumió. Y vino la muerte de Skármeta, muerte pálida, seca, impostergable. Y murió como mueren todos los enfermos de cáncer, como murió el poeta de Isla Negra, consumido por la ternura, acompañado de golondrinas terrestres desgastadas por la vida, puras, indescriptibles, amorosas. Y

Skármeta murió entusiasmado en un amanecer de la primavera citadina, sin itinerario, murió de literatura, presente, liberada.