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PERÚ VALE UN PERÚ

Gonzalo Moya Cuadra

“Hay gente que piensa que ser de izquierda es ser pobre, que hay que carecer de todo, porque la izquierda sólo puede pretender el cambio sobre la base del odio y no sobre la base de la justicia” (Javier Diez-Canseco)

Escribo esta columna con memoria tranquila, flemática. Escribo estas palabras con el sentimiento fraterno que implica haber vivido en el Perú por casi treinta años. Escribo sobre el Perú con el afecto sincero y trascendente de haber dejado a pocas, pero dilectas amistades, sencillas, solidarias, que fueron parte de mi vida, de mi pesar, de mi congoja, de mi alegría. Escribo sobre el Perú, tierra del sol, tierra de mis nietos, amorosos, lejanos, buenos, presentes. Escribo sobre el Perú, tierra de desolaciones humanas, tierra de sinsabores sociales, tierra de contradicciones culturales, tierra de escarnio político, tierra de inconsecuencia moral. Escribo sobre el Perú, tierra de mis ancestros, habitantes de arcanas moradas, silenciosas. Escribo sobre el Perú, tierra que acogió buenamente el cadáver sepulto de mi madre, que cobijó las cenizas ingrávidas, inertes, trashumantes, de mi padre, cuidadores incansables, esenciales, de sus hijos transparentes, otoñales. Escribo sobre el Perú, tierra poética, tierra de verbo límpido, persistente, tierra de míticas figuras, tierra de Vallejo, de Juan Gonzalo Rose, de Jeremías Gamboa, de Gabriela Wiener, de Antonio Cisneros, de Vargas Llosa, de Javier Diez-Canseco, de Gustavo Gutiérrez, de José Carlos Mariátegui, de Marco Aurelio Denegri, de José María Arguedas, tierra de “todas las sangres”, tierra del amor, tierra del sabor, tierra de la muerte (todo el planeta Tierra lo es) venturosa (según Borges la muerte es una aventura). Escribo sobre el Perú, tierra de política inentendible, tierra de contradicciones vitales, tierra donde la condición humana se muestra en su máximo esplendor, tierra del pisco sour y la canchita serrana. Escribo sobre el Perú, tierra donde mi hija, mi única hija, encontró el amor, su único amor, pero también el dolor. Escribo sobre el Perú, tierra del pollo a las brasas, del ceviche de peces venerados, del tierno camote, de la papa conventual. Escribo sobre el Perú, tierra de la minería informal, tierra donde la institucionalidad está debilitada por la metástasis corruptiva, por los actos impunes y amorales de la mala política. Escribo sobre el Perú, tierra donde se han conculcado los derechos humanos inequívocamente. Escribo sobre el Perú, tierra donde la virtud de ser decente es una actitud moral mal vista. Escribo sobre el Perú, tierra donde la traición política, la mediocridad (como toda América Latina) y la hipocresía son pan de cada día. Escribo sobre el Perú, tierra de ubérrimos valles y mares jugosos, de mangos industriosos y corvinas galopantes. Escribo sobre el Perú, tierra de Grau, hijo de la luz. Escribo sobre el Perú porque el Perú vale un Perú.