En el marco de las celebraciones por Todos los Santos y Fieles Difuntos, Estela Gamero López, presidenta del Centro de Investigación y Desarrollo Andino Quechumara, resaltó la profunda significación de la muerte dentro de la cosmovisión andina. Para los pueblos originarios —explicó—, la muerte no representa un final, sino un paso sagrado: “No existe la muerte sin viaje, no existe la muerte sin retorno”, señaló.
Según la especialista, la cosmología andina —asociada también a la tradición aymara— se estructura en tres espacios sagrados: Alaxpacha, donde moran Dios o los ángeles (Tata Inti o Tata Hilka); Akapacha, el mundo de los vivos; y Mancapacha, el espacio de los difuntos y ancestros.
A pesar de los intentos coloniales por erradicar las costumbres ancestrales, los pueblos andinos conservaron sus rituales a través de expresiones sincréticas. Hoy, la práctica más extendida es la “espera de los muertos”, representada en la colocación de una mesa o altar donde se preparan los alimentos preferidos del difunto. El pan ocupa un lugar central en esta ofrenda. Simboliza la unión entre vivos y muertos. Entre las figuras más tradicionales se encuentra el Tanta Wawa, pan con forma de niño o de anciano, que recuerda que, ante los dioses, “todos somos guaguas”.
En regiones como Tacna aún se conserva la costumbre de colocar un aguayo negro adornado con recortes de papel y una escalera simbólica que une la tierra con el cielo.
Gamero enfatizó que, más allá de las diferencias regionales, la esencia de la ritualidad quechua y aymara es rendir homenaje a los muertos con respeto y cariño. Sin embargo, también hizo un llamado a la reflexión: “Muchas veces lloramos a nuestros muertos y no les dejamos partir. El alma necesita viajar tranquilamente”, expresó.
“Dejemos partir a nuestros seres queridos. Sus enseñanzas y su cariño permanecen en el corazón”.
Para la cosmovisión andina, la muerte no es un final, sino un puente energético. Mientras el cuerpo descansa, las energías y los recuerdos siguen vivos, recordándonos —cada noviembre— que honrar a los muertos es también aprender a vivir con alegría.
En el Cementerio Municipal de Pocollay, familia compartió con Radio Uno el recuerdo de la matriarca del hogar que partió hace tan solo un año; calificándola cariñosamente como «un pan de Dios» por su gran bondad con el prójimo. A ella le ofrendaron las tradicionales tantawawas cuidadosamente colocadas sobre su última morada.











