La tragedia en el estadio de fútbol de Port Said, que causó la muerte de 74 personas el pasado miércoles, ha desbordado la indignación de activistas y ultras futboleros, desencadenando la enésima ola de enfrentamientos entre policías y manifestantes en los aledaños de Tahrir. Con los nuevos disturbios, el Egipto post-Mubarak se enfrenta a una sensación de déjà vu, como si en lugar de avanzar, la historia se repitiera continuamente en un bucle sin fin, en una especie de eterno retorno.
Jóvenes manifestantes han prendido fuego este viernes a la sede de los servicios de impuestos inmobiliarios, situado en pleno epicentro de los choques y a pocos metros del Ministerio del Interior, en El Cairo. Armarios y escritorios de este edificio administrativo han sido utilizados como barricadas improvisadas. Esta noche, grupos de vándalos armados han entrado en una comisaria en un barrio del este de la capital egipcia y tras liberar a los detenidos han incendiado la sede policial, según informa AFP. Mientras, en Alejandría, la segunda mayor ciudad del país, también se han producido enfrentamientos en los que las fuerzas de seguridad han utilizado gas lacrimógeno para dispersar a los manifestantes, según Al Arabiya.
Los últimos altercados han provocado la muerte de al menos doce personas, siete en las calles de El Cairo, y cinco en los altercados de Suez, según el último balance ofrecido por el subsecretario de Sanidad, Hisham Shiha. En esta cifra se incluye también el teniente del Ejército que murió atropellado por un coche de la policía junto al Ministerio del Interior, cerca de la plaza de Tahrir. Sanidad ha informado además de que más de un millar de personas han resultado heridas en los choques entre manifestantes y cuerpos de seguridad.
Muchos de ellas recibieron primeros auxilios en la mezquita de Omar Makram, situada en una esquina de Tahrir, y convertida en un hospital improvisado cada vez que se produce una erupción de violencia. “Esta noche hubo varios heridos por disparos con pelotas de goma, pero ahora todos vienen con síntomas de asfixia por los gases. El cuadro médico no es grave, sólo necesitan oxigenación”, ha declarado Karim Salem, uno de los doctores voluntarios que gestiona el hospital.
Según el médico, a diferencia del pasado mes de noviembre, los gases lacrimógenos son del tipo habitual. En aquella ocasión, la policía utilizó gases extremadamente tóxicos, algunos caducados desde hacía una década, provocando la muerte por asfixia de varios jóvenes revolucionarios.
Las escenas de este viernes en Tahrir han sido bien familiares: carreras frente a la policía, activistas cargando sobre sus hombros a compañeros heridos, jóvenes con las caras blancas, embadurnadas de una loción de agua y levadura contra los gases lacrimógenos. Y todo ello, con el sonido de las sirenas y los gritos de “¡Caiga, caiga el gobierno militar!” como banda sonora.
Habitualmente, cada uno de estos ciclos se inicia con una brutal actuación de las fuerzas del orden contra un número reducido de activistas, lo que despierta las iras de miles de jóvenes revolucionarios, que se dirigen a Tahrir con ánimos de revancha. En los alrededores de la mítica plaza se respiran entonces gases lacrimógenos y aires de reyerta.
Sin embargo, cada nuevo ciclo de enfrentamientos presenta alguna variación. Por ejemplo, en noviembre, fue la invención de las motos-ambulancia, un vehículo ideal para sacar a los heridos de las angostas calles donde se situaba el frente de batalla. En el actual, la omnipresencia de los símbolos futbolísticos, y muy especialmente las banderas del Ahly, el club al que pertenecían la mayoría de las víctimas en la masacre de Port Said.
Este bucle infinito en el que ha caído la turbia transición egipcia se debe a la incapacidad de los jóvenes activistas de acumular suficiente masa crítica para conseguir su objetivo último: derribar la Junta Militar. Una buena parte de la población ansía recuperar la estabilidad, pues cree que con ella mejorará la maltrecha situación económica. Por ello, en lugar lanzar una nueva ola revolucionaria, prefiere esperar al 30 de junio, fecha en la que los militares han prometido que entregarán el poder al futuro presidente electo.
Ahora bien, detrás de la apariencia estable de este panorama cíclico, se esconde una importante transformación en el mapa político egipcio que podría alterar esta ecuación: la constitución del primer Parlamento representativo de la voluntad popular.
La marca electoral de los Hermanos Musulmanes, que quedó al borde de la mayoría absoluta en las legislativas, tiene la legitimidad y la capacidad de alterar el equilibrio de fuerzas entre Tahrir y la Junta. Hasta ahora, se ha decantado por apuntalar el calendario castrense, pero la presión popular tras una tragedia como la de Port Said podría forzarles a reconsiderar su posición, algo que no sería extraño a tenor del carácter voluble y oportunista de los islamistas egipcios.
Cortesía: El País