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EE UU confía en que China impedirá una guerra

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Washington confía en que Pekín hará lo correcto para impedir que Corea del Norte acompañé su retórica belicista con hechos.

Mientras prosigue sus preparativos militares para responder a cualquier incidente imprevisto, Estados Unidos confía en que China será capaz de impedir que el Gobierno de Corea del Norte cometa una locura, y que esa colaboración podría servir incluso para definir mejores relaciones entre las dos superpotencias en el futuro inmediato.

La tensión creada por el régimen estalinista de Pyongyang no ha dejado de crecer desde hace ya un par de semanas. Esta es una crisis curiosa en la que el joven líder norcoreano, Kim Jong-un, interpreta el papel de un patético matón de bar a quien nadie toma en serio por mucho que suba la voz y exhiba ferretería.

El peligro, como este domingo recordaba el senador norteamericano John McCain, es que ese matón, atrapado en su propio juego de amenazas, se vea forzado a cumplirlas, aunque solo sea para hacerse merecedor de respeto entre sus secuaces, y el mundo se vea envuelto en una guerra por accidente.

Ante ese riesgo, EE UU, que sería el obligado a parar los pies a Kim, ha movilizado parte de su flota hacia la aguas de la península coreana y ha situado baterías de misiles en lugares apropiados. Pero, al mismo tiempo, la Administración de Barack Obama ha manejado en esta crisis de forma, por lo general, contenida y prudente, escuchando las bravatas de su enemigos sin concederles gran trascendencia. La última medida en este sentido ha sido la de posponer una prueba de tres misiles intercontinentales que debía de hacerse la próxima semana.

Oficialmente, el Gobierno norteamericano está siguiendo al segundo la evolución del conflicto y ha recordado numerosas veces su responsabilidad en la seguridad de Corea del Sur y de Asia. Pero EE UU no necesita en estos momentos una guerra para demostrar su hegemonía ni ningún otro país en la región parece interesado en interrumpir este periodo de estabilidad, crecimiento y prosperidad del que se beneficia casi todo el continente.

Una guerra, aunque fuera por accidente, tendría consecuencias devastadoras para Corea del Sur, cuya capital, Seúl, está a poco más de 50 kilómetros de la frontera norcoreana y, por lo tanto, al alcance de toda la artillería de sus rivales. Corea del Norte sería muy probablemente derrotado, pero la península coreana y toda Asia sufrirían un enorme frenazo en su desarrollo actual.

Por otra parte, una guerra obligaría a EE UU a movilizar y seguramente a mantener durante algún tiempo una significativa cantidad de equipo militar, tanto en Corea, que es vecino de China, como en otros países de la zona de valor estratégico tanto para China como para EE UU, como Japón, Australia o Filipinas.

Estas parecen razones suficientes como para que el régimen chino contenga a Kim antes de que sea demasiado tarde. Pekín puede haber sido hasta ahora un aliado de Pyongyang y puede, incluso, haber alentado la existencia de un país que sirva de contención al proamericano Seúl. Pero una cosa es eso y otra permitir que ese aliado acabe siendo la excusa para que EE UU construya una mayor estructura militar en Asia.

Washington confía, por tanto, en que Pekín hará lo correcto y que eso servirá también para generar confianza y cooperación entre las dos capitales. El hecho de que esto se produzca al comienzo de la presidencia de Xi Jinping y al principio del segundo mandato de Obama fue señalado por el consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Tom Donilon, en una entrevista a The New York Times, como una oportunidad para crear un nuevo punto de partida.

De esa oportunidad depende, en realidad, el diseño del mundo que conoceremos en las próximas décadas. China y EE UU son dos gigantes que compiten y competirán aún más en el futuro. Que lo hagan en paz o en guerra será determinante para toda la humanidad.

Cortsia: El País.