LA BATALLA DEL CAMPO DE LA ALIANZA
Efraín Choque Alanoca
La batalla de Tacna fue la más grande, encarnizada, y violenta, de las que protagonizaron los ejércitos regulares beligerantes en todo el proceso de guerra. Esta memorable jornada se produjo en la mañana del miércoles 26 de mayo de 1880, en las inmediaciones del cerro Intiorco, a 6 Km de la heroica ciudad de Tacna.
Luego de la trágica y agotadora expedición hacia Quebrada Honda, practicada por las fuerzas aliadas, en las primeras horas del día26, el alto mando apenas logró restablecer las posiciones anteriores en el Campo de la Alianza. Restablecida dicha posición, inmediatamente se verificó el dispositivo de defensa. El dispositivo comprendía una extensión de 2 km, dividido en tres sectores o alas.
El sector derecho, lo comandaba el almirante Lizardo Montero; el del centro, el Coronel Miguel Castro Pinto; y el de la izquierda, el Coronel Eleodoro Camacho. Todos obedecían al general en jefe Narciso Campero, Presidente de Bolivia en campaña. En todas las alas alternábanse unidades peruanas y bolivianas.
Mucho se ha escrito acerca de la grandiosa acción del 26 de mayo de 1880; sin embargo, pocos historiadores, como Jorge Basadre, han logrado narrarla con admirable precisión y ecuanimidad, basados en fuentes válidas. Sobre este singular acontecimiento, el historiador tacneño citado, ha glosado lo siguiente en su Historia de la República:
"Campero había dado la orden de que no se iniciaran los disparos de rifles hasta que el enemigo se pusiera a tiro. El avance chileno se orientaba hacia el ala izquierda aliada; y de allá partieron, desobedeciendo aquella orden, los primeros disparos antes de lo que era necesario. A las diez de la mañana ya estaba comprometida y generalizada la lucha en todas las líneas.
"En nuestro costado derecho (la descripción de la primera etapa de esta jornada proviene de Campero) donde el combate no era todavía muy encarnizado, el ala derecha de nuestras líneas y la izquierda del enemigo presentaba el aspecto de dos inmensas fajas de fuego, como envueltas por una especie de niebla iluminada con los tintes del crepúsculo de la mañana. El centro, donde obraba con más vigor la artillería enemiga, ofrecía el espectáculo de un confuso hacinamiento de nubes bajas, unas blancas y otras cenicientas, según que las descargas eran de Krupp o de ametralladores. El costado izquierdo, donde el combate era más reciamente sostenido, no presentaba sino una densa oscuridad, impenetrable a la vista, pero iluminada de momento a momento, como cuando el rayo cruza el espacio en noche tempestuosa. El tronar era horrible y mas bien, no se oía mas que un trueno indefinidamente prolongado".
A continuación el historiador tacneño escribe: "Las reservas del centro aliado pasaron a reforzar la izquierda; las siguieron dos batallones, uno peruano y otro boliviano de la derecha. El batallón peruano Victoria se replegó desordenadamente en la izquierda; pero los nuevos refuerzos lo suplieron y lograron hacer volver atrás al enemigo con cargas a la bayoneta tomando prisioneros y piezas de artillería. El ataque chileno empezó a través de las divisiones Santiago Amengual y Francisco Barceló sobre la izquierda y el centro aliado tras un duelo infructuoso de piezas de cañón de piezas que duró de nueve a diez de la mañana. Después hora y media de fuego intenso, ambas divisiones chilenas, más o menos a las doce y media de la mañana, se retiraron sin cesar de combatir. El ala izquierda aliada, mandada por Camacho, empezó la ofensiva y se robusteció con las reservas formadas por los Colorados y el Aroma y seguida por el centro, más no por la derecha en el propósito de devolver el ataque profundo intentando por el enemigo, una carga de caballería chilena contra la infantería aliada detuvo el ataque de ésta y coincidió con el avance de la 3ra división Domingo Amunátegui Borgoño, cuyos soldados quedaron confundidos con los Amengual y Barceló, si bien eran cuerpos de refresco, descansados y bien municionados. Aquí llego a producirse la matanza en algunos cuerpos peruanos y bolivianos; entre ellos los heroicos Colorados. Mientras la gran reserva chilena se aproximaba al campo de batalla, la suerte comenzó a decidirse. Las ventajas del número, del armamento y de la artillería chilenos contribuyeron al resultado final. La victoria, titubeante durante varias horas, se inclinó por ellos claramente, ya a las dos de la tarde.
En una carta particular dirigida a su esposa, el Coronel José Velásquez, jefe del estado mayor chileno, declaró: "Para qué le digo el papel brillante que desempeñó la artillería, hizo prodigios. Los extranjeros en Tacna están sorprendidos de nuestra artillería y los peruanos dicen:"Que gracia, pues, por eso ganan los chilenos".
En cuanto a la infantería chilena, Vicuña Mackena dice que el rifle Comblain "hizo maravillas en Tacna". "Los peruanos (agrega) por el contrario, armados más como turba que como ejército, lucharon con la irredimible desventaja de la variedad de sus rifles de precisión. Sólo el Zepita y el Pisagua estaban armados de rifles Comblain. Los Cazadores del Cuzco y el Batallón de Morales Bermúdez tenían Peabody americano de largo pero fatigoso tiro, mientras que los cuerpos organizados en el sur se batían con el ya anticuado Chassepot y los demás, especialmente los bolivianos con el Remington.
Al caer herido el Coronel Camacho, se le dio por muerto y al sucumbir varios jefes, creció el desánimo en la izquierda aliada. La derecha, debilitada por el envío de refuerzos a los otros sectores de la batalla, luchó menos reciamente con la división chilena mandada por el Coronel Orizombo Barbosa. La batalla estaba resuelta poco después de las dos y treinta de la tarde.
El historiador chileno Bulnes confiesa que la 1ra, 2da y 3ra divisiones chilenas, que soportaron el mayor peso de la batalla, tuvieron un terrible cuadro de bajas, pues quedó fuera de combate, entre muertos y heridos, casi el treinta porciento de sus hombres. La 4ta división (dice) alcanzó el quince porciento de bajas.
El Perú perdió en el Campo de la Alianza entre los muertos: seis coroneles, siete tenientes coroneles, catorce sargentos mayores, dieciocho capitanes, veinte tenientes, diecinueve subtenientes, heridos; un coronel, ocho tenientes coroneles, nueve sargentos mayores, veinticuatro capitanes, treintidos tenientes, veintisiete subtenientes. Total de pérdidas de jefes y oficiales: ciento ochenticinco. Las bajas en la tropa guardaban relación con esta cifra. Llegaría a unos dos mil muertos entre peruanos y bolivianos casi por iguales partes. (…)
La división de reserva de Tacna también luchó con denuedo. Su comandante Napoleón Vidal resultó herido y falleció más tarde; murió también el comandante de la fuerza de Para, Samuel Alcázar. De la caballería quedaron en el campo el segundo comandante Reina y el tercero, Birme.
Las inculpaciones mutuas entre los aliados fueron injustas en esta ocasión. En el comando boliviano cayeron veintitrés jefes de mayor a general incluyendo el general Pérez que falleció en Tacna tres días más tarde, el segundo jefe de los Colorados Felipe Ravelo y el coronel Agustín López, edecán de Campero(…)"(1)
Hasta aquí nuestra extensa pero necesaria citación al historiador Jorge Basadre.
Producida la irremediable debacle, los jefes aliados organizaron la ineludible retirada de sus fuerzas. Los combatientes peruanos lo hicieron por el camino de Palca-Tarata, los bolivianos por la antigua vía hacia La Paz. Un parte oficial suscrito por Montero asegura que este jefe buscó organizar la resistencia con el resto de fuerzas que le quedaban en las fuerzas de Tacna, sin embargo, al final, esta acción fue considerada inconveniente por la falta de recursos.
Flávio Machicado, corresponsal de "El Comercio" de la Paz, que despachaba desde la ciudad de Tacna, por esos días, narró sintéticamente la toma de la heroica ciudad, por las tropas vencedoras:
"A las 4 y 30 (de la tarde) las infanterías chilenas empezaban a descender del cerro Intiorco hacia la meseta inmediatamente a la estación del ferrocarril mientras piquetes de caballería recorrían toda la extensión de la hermosa fuente de bronce.(…) A las 5 P.M., poco más o menos, la presencia de un grueso destacamento de caballería chilena, hacía ostensible el triunfo de sus armas en la plaza de Tacna. La calle del Centro (hoy San Martín) no había sufrido perjuicio de gravedad dado que en ella se instalaban los comerciantes extranjeros.
"La destrucción impía y funesta la sufrieron las tristes casuchas situadas en las calles adyacentes. Infelices familias que subsistían de su trabajo diario se veían obligadas a huir en una situación lamentable, luego de observar como eran saqueadas sus exiguas propiedades, prácticamente sus herramientas de trabajo, su único tesoro. Estas pobres gentes no encontrarían ni un vestido con qué sustituir al que llevaban en el cuerpo."
"La calle de Prado, la del 2 de Mayo, la de Caramolle, las intermediarias contiguas a éstas, habían sido las principales víctimas de la ocupación"(2).
Resulta evidente que la toma y ocupación de la ciudad de Tacna tuvo un carácter de clase, ya que la orden general dada a las tropas invasoras fue la de generar el mayor de los destrozos y violencias sobre las clases populares, pero no así con la fracción dominante local.
SIGNIFICADO HISTÓRICO DE LA BATALLA DE TACNA
¿Cuál fue el real significado histórico de la grandiosa e impresionante jornada de armas del 26 de mayo de 1880 en el curso general de la guerra?, ¿Cuál es el balance e impacto en dicho proceso y en el devenir histórico de la historia local y nacional?
Se han ensayado algunas perspectivas explicativas en la historiografía peruana, a las interrogantes planteadas. Las más unilaterales, analizan la batalla en el contexto puramente militar, estratégico; otras, en sus ribetes políticos-militares. Pero una batalla no traduce sólo ello: es un fenómeno de conjunto, es un cuadro vivo dialéctico, contradictorio, imbricado por fuerzas que representan determinados objetivos socio-históricos. Antes de intentar alguna respuesta, habría que resolver otras cuestiones pendientes e implicadas: ¿Qué fuerzas sociales provocaron la guerra y la batalla? ¿A cuál de ellas benefició los resultados del conflicto? ¿Pudo tener otro desenlace? ¿Y si las fuerzas aliadas hubiesen resultado vencedoras habría cambiado el devenir de la guerra y nuestra historia? Repitámoslo: no podría responderse adecuadamente a estas últimas interrogantes planteadas por más que se siga minuciosa y rigurosamente cada uno de los movimientos e instantes iniciales y supremos de la batalla de Tacna.
Una lectura atenta de los partes de guerra de este gran acontecimiento revela que los dirigentes o jefes aliados, o un sector de ellos, estaban convencidos de un posible triunfo. Todos coinciden en que faltaron fuerzas de refresco, de reserva. Sin embargo, confiaron o se aferraron furiosamente, en la posibilidad de asestar un golpe sorpresivo, mortal, ante un enemigo muy superior en hombres y armas. A esta solitaria probabilidad de triunfo, y por tanto crucial o suicida posición fueron conducidas nuestras fuerzas en pleno campo de batalla por acción de la mezquindad y ceguera político-militar de una fracción de la clase dominante. Y sucedió que ese 26 de mayo no se produjeron sorpresas favorables al Perú y Bolivia. Aprendimos, a tan alto costo que las batallas no siempre se ganan con golpes de gracia. Esta comprobación dolorosa, no resta en absoluto el heroísmo inenarrable con que combatieron las fuerzas aliadas; al contrario las elevan a un grado sumo, inaudito. Caivano fue más crudo y radical frente a lo sucedido en las pampas del Intiorco; dijo que no fue Chile quien venció al Perú; Sino que el Perú cayó por si mismo a los pies de un enemigo ansioso de sus despojos. Difícil es decirlo, fue una derrota solicitada, por un sector de la inepta clase dirigente, que secularmente gobernó a espaldas – y contra- del Perú profundo. Patéticamente tal fracción social ha renunciado, desde hace mucho tiempo, a la defensa de lo nacional, de lo nuestro.
La planificación extranjera plutocrática, exenta a todo extravío nacional, tenía muy delineados sus designios; mientras sus fuerzas bélicas eran manipuladas en la campaña militar de Tacna, y cuando las fuerzas aliadas defendían palmo a palmo los suelos del Intiorco, en esos precisos instantes, las opulentas casas inglesas, en contubernio con las de Chile, se llevaban las riquezas salitreras de Tarapacá hacia Liverpool o Londres. Por eso se ha dicho hasta la sociedad: las fuerzas del capital no tienen patria ni ética. Como se afirmó estas fuerzas actuaron contra toda convención internacional: No esperaron siquiera la firma de la paz para la repartición de los despojos y las riquezas del vencido. ¿En ello reside su libertad y su moral?.
Basadre no pudo encontrar razones de esta derrota de la clase dominante, sino en ella misma. Es decir en el Estado empírico y precario de signo burgués, y en el inmenso abismo social que esta creó. Es decir en el divorcio entre Estado y Nación.
Precisémoslo ahora mejor: El Perú y sus clases dirigentes aprendieron una vez más que las batallas y las guerras se ganan con un programa estratégico sostenido por sólidas bases de la nacionalidad.
En todo caso si esta sensación derrotista se generó en las clases dominantes, por su responsabilidad en la conducción bélica, no sucedió totalmente así en el seno del pueblo trabajador del campo y la ciudad. La mentalidad de la defensa combativa, heroica y leal con la Patria se mantuvo incólume después de las jornadas gloriosas del Campo de la Alianza. A pesar que los resultados fueron adversos para los intereses nacionales en el Campo de la Alianza y Arica, la resistencia guerrillera fue coronada con el hálito de la victoria en las heroicas batallas de Pachía, Mirave, Palca y tantas otras acciones combativas, como las protagonizadas en la zona andina de Tacna, las que fueron sistemáticamente ignoradas por la historia oficial.
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(1) BASADRE, Jorge. Historia de la República del Perú. 7ma Edic. Vol. VI. Pags. 160-162 Edit. Universitaria. Lima, 1983.
(2) AHUMADA, Pascual. Guerra del Pacífico. T.II. Págs. 622-623.