Después de nueve años de una guerra que polarizó al mundo y exacerbó al extremo el sentimiento antiamericano, Estados Unidos sale de Irak ?con la cabeza alta?, según la opinión emitida con el presidente Barack Obama en una reunión con el primer ministro iraquí, Nuri al-Maliki, en la que se escenificó la transmisión plena y definitiva del poder.
El Presidente de los Estados Unidos aseguró que después de nueve años de guerra, su nación sale de Irak “con la cabeza alta. Obama y Maliki se dirigieron tras su reunión al cementerio de Arlington, en Virginia, para colocar una corona ante el monumento al soldado desconocido.
Fue la manera de rendir homenaje a esos casi 4.500 soldados norteamericanos muertos en Irak por una causa que fue inventada en un principio –la supuesta existencia de armas de destrucción masiva- y nunca acabó de quedar del todo clara. Durante años, el Ejército de EE UU combatió allí por rutina, para protegerse más que para el cumplimiento de una misión. Finalmente, deja un Gobierno elegido de forma razonablemente democrática y una pila de incertidumbres sobre el futuro de esa incipiente democracia y de la seguridad en la región.
Obama ha preferido no mirar al pasado. “La historia juzgará el origen de por qué fuimos a Irak”, dijo. “Hemos conseguido”, añadió. “que Irak se autogobierne, de una forma integradora y con un enorme potencial”. “Un Irak exitoso y democrático puede ser un modelo para toda la región”, afirmó.
Pero el éxito y la democracia son todavía valores tambaleantes en ese país. La violencia, aunque significativamente reducida respecto a épocas anteriores, sigue siendo una amenaza cotidiana. Y numerosos peligros acechan a la consolidación democrática, desde las divisiones étnicas y religiosas internas, hasta la presión del vecino Irán, que puede intentar aprovechar el vacío dejado de EE UU para asentar su papel dominante en la zona.
EE UU seguirá ayudando a Irak a sortear esos peligros, según los acuerdos contraídos por Obama y Maliki, pero de diferente forma. Desde final de año, “no habrá más bases ni fuerzas militares estacionadas en Irak”, certificó el presidente norteamericano. Aunque eso no significa que EE UU reduzca su presencia en Oriente Próximo o deje abandonados a sus amigos y aliados. “Estaremos a su lado; tienen en EE UU a un socio fuerte y duradero”, le dijo Obama a Maliki.
Más de 15.000 norteamericanos quedan en ese país como “personal asignado al servicio de su embajada en Bagdad”, una buena parte de ellos agentes de seguridad encargados de la protección de los diplomáticos y funcionarios civiles. Su labor principal será la de asistir en la formación de los integrantes de la Administración civil y militar que asume la responsabilidad del mantenimiento del país, así como la de asegurarse que no se producen interferencias de parte de Irán.
Y numerosos peligros acechan a la consolidación democrática, desde las divisiones étnicas y religiosas internas. Maliki ha prometido que eso no ocurrirá. “Si la excusa de Irán era que la presencia de tropas norteamericanas suponía una amenaza para su seguridad, ese peligro ya no existe”, afirma el primer ministro en una entrevista concedida a The Wall Street Journal.
En esta hora de balance, los iraquíes pueden llegar a considerar que se abre un horizonte que compensa algunos de los daños sufridos. Ese balance es más difícil para los norteamericanos, que ponen fin a un aventura militar de la que muy pocos beneficios pueden extraerse, más allá de la épica individual que se esconde tras cada vida sacrificada.
FUENTE: EL PAÍS