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Obama y Bush cierran juntos la era del 11-S

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La décima ceremonia de recuerdo del 11-S cierra una era, de guerras, alertas y terror, para Estados Unidos y el resto del mundo. Los seis momentos de silencio ?uno por cada impacto y uno por el colapso de cada torre-, la lectura de 2.983 nombres y el repiqueteo de las iglesias por los muertos tenían un aire especialmente solemne. Puede ser el último funeral colectivo con tanto despliegue de medios.

Obama y Bush pasearon en silencio en un encuentro simbólico, el primero para los dos en este lugar. El presidente y su sucesor, con sus esposas, caminaron despacio, con gesto grave, ellos vestidos de azul, ellas completamente de negro. Se pararon delante de uno de los estanques del monumento conmemorativo para leer y tocar nombres entre los 2.983 grabados.

Sesenta gaiteros y tamborileros desfilaron entre los árboles y las nuevas cascadas. Se desplegó la bandera raída que hondeó hace diez años tras los ataques. Yo Yo Ma tocó el chelo a Bach y Paul Simon cantó ‘Puente sobre aguas turbulentas’.

Cuatro políticos -el actual presidente y su predecesor, el actual alcalde y su predecesor- intervinieron con lecturas religiosas y poéticas, nada de discursos. Obama leyó el salmo 46, que casi parece una recreación exacta del atentado y de las guerras de esta década: «Dios es nuestro amparo y fortaleza. Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida. Y se traspasen los montes al corazón del mar. Aunque bramen y se turben sus aguas, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar». Hasta tiene un mensaje desafiante para el enemigo: «Jehová de los ejércitos está con nosotros».

El alcalde, Michael Bloomberg, citó a Macbeth. Y Bush, el más aplaudido, hizo una defensa de sus guerras. Leyó la carta de Abraham Lincoln en 1864 a una viuda que había perdido cinco hijos en la guerra civil, Lydia Bixby. Para consolarla, el presidente le decía que los sacrificados estarán en «el altar de la libertad».

La letanía de nombres fue más larga de lo habitual. Más de 300 familiares de víctimas enunciaron todos los grabados en los estanques, de quienes murieron en las Torres, en el Pentágono y en el descampado de Pensilvania, pero también los seis que fueron asesinados en el atentado en el World Trade Center en 1993. El escenario ha cambiado. Ya no merece el nombre de ‘Zona Cero’. Y, de hecho, los periódicos americanos empiezan a referirse al lugar como «el sitio donde el World Trade Center fue destruido». La plaza está reconstruida. El rascacielos central ya se eleva 81 pisos mientras otros crecen alrededor. El parque conmemorativo se puede visitar. Y en el barrio vive el doble de población que en 2001 y los hoteles se han triplicado.

El recuerdo del horror sólo se siente por el despliegue policial de este año, especialmente amplio por la última alerta terrorista.

El jueves, la policía pidió la colaboración ciudadana para detectar actividades sospechosas por un supuesto plan para hacer estallar coches en Nueva York y Washington. Los servicios de inteligencia incluso filtraron datos de a quién buscaban: tres terroristas, dos de ellos nacionalizados americanos de origen egipcio y yemení. Dos acababan de llegar a EEUU mientras el tercero podría haberse quedado en Europa. Pero el FBI reconoce ahora que no ha logrado identificar a los sospechosos y cada vez se decanta más por la posibilidad de que no existan. El día que supuestamente habían elegido para atacar era este sábado, cuando sólo hubo falsas alarmas.

Estados Unidos quiere pasar página. Por primera vez, la mayoría de ciudadanos están convencidos de que un atentado es poco o nada probable. Sólo el 9% teme que un ataque sea «muy probable», según una encuesta del ‘New York Times’. En estos últimos diez años, las autoridades policiales y militares aseguran haber desmontado 40 complots en Estados Unidos, 13 de ellos en Nueva York, incluido el del coche bomba de Times Square en mayo de 2010.

Cortesía: El Mundo