«Muchas personas dotadas de inteligencia, parecen suspender temporalmente sus actividades cerebrales al organizar y realizar reuniones indudablemente ilegales e innecesarias», escribe el licenciado en Ciencias Políticas, Alejandro Martorell.
Alejandro Martorell, licenciado en Ciencias Políticas.
Hace poco salió una compilación de ensayos políticos y filosóficos de pensadores europeos que analizaron el impacto del coronavirus en nuestras vidas y en las medidas excepcionales de emergencia adoptadas por numerosos gobiernos. Esta selección de textos en torno al Covid 19 [dedicadas al médico chino – Li Wenliang]; y que lleva como irónico título [Sopa de Wuhan] introduce un argumento inobjetable: “los seres humanos tenemos una fragilidad inmunológica ante un virus desconocido”. Hay un huésped que no deseamos, que invade y fulmina organismos precarios, que no discrimina.
Ante este grave panorama, hay quienes viven como si el virus no existiera. Edgard Allan Poe, maestro de la literatura universal, tiene un cuento de terror publicado en el año 1842, que asociarlo al momento actual se hace inevitable. En [La máscara de la Muerte Roja] se cuenta que un pequeño país había sido azotado por una peste fatal y espantosa; y que a pesar de los terribles estragos causados, el príncipe del país había decidido hacer un baile de máscaras, pues según él “la Muerte Roja” no había atravesado la sólida y altísima muralla de sus construcciones. El baile se desenvolvió en una sensación de angustia ya que en “aquella alegre sociedad reinaba el desconcierto, el temblor y un gran nerviosismo”.
Naturalmente, “la Muerte Roja” se manifestó: la espectral imagen de rasgos cadavéricos y rígidos, combinaba con una vestimenta salpicada de sangre. La apariencia del enmascarado era terrorífica. Todos reconocieron la presencia de “la Muerte Roja” y los invitados al baile, cayeron, uno a uno, muriendo en una desesperada actitud. [La fecunda imaginación de Allan Poe, parece haberse inspirado en hechos reales].
Muchas personas dotadas de inteligencia, parecen suspender temporalmente sus actividades cerebrales al organizar y realizar reuniones indudablemente ilegales e innecesarias. A mi juicio, estas fiestas obedecen a cuatro factores: una confianza ilimitada en sí mismos, la ilusión de creerse inmunes, una falsa sensación de seguridad y un marcado egoísmo. Muchos no conciben la idea de postergar encuentros masivos, desean reunirse de inmediato como si fuera urgente y vital. Para otros asuntos son expertos procastinadores. En cambio, para la planificación, organización y ejecución de fiestas clandestinas en tiempos de coronavirus, son extremadamente diligentes.