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El buen médico

Alejandro Martorell, licenciado en ciencia política, exalta el noble esfuerzo realizado por las valiosas personas que integran el cuerpo médico nacional.

Alejandro Martorell, Lic. Ciencia política.

Por: Alejandro Martorell

EL BUEN MÉDICO

Luego de ver la inspiradora película “Moscati, el médico de los pobres” basada en la virtuosa vida del notable médico italiano del siglo XX -reconocido santo por la iglesia católica- Giussepi Moscati, decidí elaborar este artículo con la intención de exaltar el noble esfuerzo realizado por todas las valiosas personas que integran el respetable cuerpo médico nacional. La pandemia ha provocado una alteración radical en nuestras vidas: en el plano “político-dirigencial” el impacto es el desgobierno; así como en el socioeconómico aunque aún no podemos decir nada concreto pues “vivimos cubiertos en una espesa nube de incertidumbre”.

En este contexto hostil y desalentador, hay un sector de la sociedad que trabaja incansablemente con el propósito superior de salvar vidas humanas. A mi juicio, el obrar del buen médico no solo consiste en restaurar la salud del paciente para que retorne con los suyos; sino en ver en el prójimo a un ser único, singular e insustituible que merece las mejores atenciones y los cuidados más delicados: la actividad médica es el fondo un acto de amor.

Como en la parábola del evangelio, el médico imita al buen samaritano poniendo toda su inteligencia y entregando lo mejor de sí mismo para asistir al que lo necesita. Solo así se entiende la conmovedora enseñanza de Moscati: “Recordad que no están solo ante cuerpos; sino ante almas inmortales”. Tengo una especial admiración por los médicos y debo admitir que se intensifica gracias a “glorias médico-literarias” como Chejov, Ramón y Cajal, José Ingenieros, la obra “El médico a palos” de Moliere, Alexis Carrel, Takashi Nagai y la famosa carta de Esculapio quién aconseja a su hijo para que se convierta en un gran médico. En resumen: ¡Qué bello es ser médico!