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ESTILOS Y NOSTALGIAS: Tres íconos de la arquitectura urbana tradicional tacneña

Quizás, el componente cultural que ha marcado con más fuerza el devenir histórico de la ciudad Tacna ha sido la evolución de sus modelos y patrones de asentamiento. Lamentablemente, a diferencia de los indicadores prehispánicos y la arquitectura republicana, son pocos los testimonios de inmuebles coloniales que aún quedan como mudos testigos de una época medianamente exitosa para los hijos del Caplina a pesar del yugo español. Existieron, a nuestro entender,  tres factores que han influenciado en la evolución de la arquitectura tacneña a partir de la ocupación hispana: a) La cultura y economía occidental, representada por la presencia de colonos españoles, ingleses, alemanes e italianos; b) El medio ambiente y la tradición arquitectónica nativa (uso de la quincha, el barro, el tapial y el canto rodado preferentemente) y c) Los fenómenos naturales (lluvias, huaycos y sismos).

Antes de la guerra con Chile, la Tacna del siglo XIX se caracterizó por mantener aún una arquitectura con reminiscencias coloniales, con un trabajo fino y sobrio de la piedra de cantería en fachadas y en zócalos laterales exteriores e interiores. Con el tiempo, muchos de estos inmuebles fueron  desapareciendo o en su defecto alterados, siendo reemplazados por elementos arquitectónicos ajenos a su factura y tradición. En el Pasaje Vigil, en la hoy calle San Martín, Av. Bolognesi, Dos de Mayo y las sinuosas calles Bolívar y Zela,  hasta finales del XIX quedaban en pié varias casas con pórticos, pasadizos y patios de corte colonial.

Nos dejaron en el tiempo el viejo hospital, la capilla de “San Ramón” y la casa donde Bolívar se hospedó durante su estadía en Tacna; en tanto, la Iglesia del “Espíritu Santo” tomó nuevas formas. Sin embargo, los otoñales tacneños y los visitantes de esta ciudad ordenada y señorial de entonces, recuerdan aún  el desaparecido “Mercado de Piedra”, inaugurado un 28 de julio del año 1875 en el gobierno de Manuel Pardo, y que los citadinos lo llamaron “La Recova”, en recordación del antiguo mercado ubicado en el actual pasaje Vigil y que tuvo sus antecedentes en las famosas “paradas” de plena calle. La Recova era el mercado de la ciudad, ahí se podía comprar desde los productos de pan llevar hasta las flores más variadas y coloridas que en Tacna se cultivaban. La fachada era de piedra de cantería de líneas rectas, cornisas y columnas bellamente talladas; el pórtico principal era amplio y alto, coronado por una torre angular que daba la hora a la vista de un gigantesco reloj.  Pero el año 1954 el fuego consumió esta joya de la arquitectura fina y señorial de Tacna. La belleza del edificio, era completada con la vieja y romántica alameda que corría al compás del Caplina valle abajo.

La Alameda antigua era un apacible paseo que “abrazaba” el río Caplina. Hacia el año 1870 lucía flanqueada por álamos, puentes y esculturas de piedra de cantería y  mármol que armonizaban con el modesto e imperecedero canto rodado utilizado en pisos y en el encauzamiento del río Caplina. Años más tarde, durante la ocupación chilena y después del retorno de Tacna al regazo de la Patria, en la alameda se plantaron palmeras, se techó el cauce del río y en los últimos tiempos fueron añadidas jardinerías, algunas fuentes de piedra de cantería y bustos de personalidades de la literatura y la historia local y nacional. Hoy, la conocemos como la Alameda Bolognesi, y solo su primera cuadra mantiene aún la pátina del tiempo, el olor a tierra y agua fresca. Muy cerca de ese “poema a la nostalgia”, otro símbolo de la arquitectura tacneña daba inicio a una interminable y colosal historia.

Los tacneños siempre anhelaron tener una majestuosa iglesia y bregaron hasta el último para conseguirla, a pesar de todos los infortunios que pusieron en peligro su edificación. La tradición católica en Tacna se inició apenas llegaron los españoles al Caplina. Rómulo Cúneo Vidal sostiene que cuando las “huestes” de Almagro se desplazaban al sur, venían con dos religiosos quienes en su paso por Tacna realizaron una misa en el otro lado de la banda, en el lugar denominado “Caramolle”. Indudablemente, el proceso de evangelización entró en marcha y no se ha detenido hasta hoy; es por ello, que en el año 1553 se fundó la parroquia de San Pedro de Tacna, con claros propósitos de la conversión del oriundo yunga al catolicismo.

 Nuestra actual catedral es dueña de una inusual y anecdótica historia, que narra las muchas vallas que ha tenido que superar para verse hoy imponente y sobria. Los antecedentes sobre la primera iglesia construida aún no son muy claros, pero sabemos que el terremoto de 1833 destruyó la iglesia ya existente en el centro de la ciudad y que era dirigida por los párrocos Benavides y Castro. La nueva iglesia matriz, que tenía un diseño majestuoso, fue impulsada por Mendiburu; sin embargo,  las obras se paralizaron en 1840 y se reiniciaron  el 19 de abril de 1846. El pueblo tacneño, gracias a las gestiones del sacerdote Sebastián Ramón Sors,  tuvo una loable participación en el traslado de la piedra de cantería, que requería la obra, traída desde las canteras del cerro Arunta y de la Quebrada del Diablo. La Policía del Perú fue la encargada de administrar la ejecución de la obra, habiendo recibido del fisco un presupuesto holgado, que sorpresivamente se trasladó luego  para la construcción de la Capilla del Espíritu Santo y la Iglesia San Ramón. Y la ansiada iglesia quedó inconclusa.

Años más tarde, en 1860, la Municipalidad nombró una comisión que se encargaría de la construcción del nuevo templo. Se recibieron varias propuestas. Una de ellas fue  la del polaco Maximiliano Miney, que incluía en su diseño el hierro forjado muy de moda entonces en Europa. El proyecto incorporaba la profusión de vitreaux y piedras de cantería unidas a la estructura metálica del techo, columnas internas, remate de las torres y fachada principal. Comprometido con la obra el entonces Presidente de la República don José Balta, mediante el Decreto Supremo del 13 de mayo de 1872 delegó la administración de la obra a una Junta Especial y la residencia al ingeniero Alejandro Miecznikowski, siendo la firma constructora la compañía Perot y Construcciones, subsidiaria de los señores Eiffel de París.

Para iniciar la obra se tuvo que demoler la antigua iglesia, causando el descontento general  en los tacneños. Después de dos años de trabajo la obra se paralizó y se tuvo que esperar la renovación de la Junta Especial, siendo elegido como presidente Don José Joaquín Inclán. Como si el destino y la desgracia se hubieran confabulado para retrasar los trabajos, sucedieron dos lamentables hechos que cambiaron el rumbo de la historia de la catedral: las   muertes del ingeniero Alejandro Miecznikowski y del párroco Sebastián Ramón Sors. En sus reemplazos fueron nombrados el arquitecto Tadeo Atrijenski y don Francisco María Sagols, respectivamente.

La obra se reinició el 1 de abril de 1875 con algunos cambios en el presupuesto y en la Junta Especial. Vencido el contrato con la firma  constructora, luego de haber culminado las obras encargadas como los trabajos de terraplén, albañilería y parte de la construcción de fierro, el arquitecto Carlos Perot –representante de Gustavo Eiffel y CIA, se retiró el 31 de diciembre de 1876. Y como se tratara del guión más escalofriante de lo impredecible, la obra nuevamente quedó suspendida, y ante tal incertidumbre el Gobierno delegó la supervisión de los trabajos al ingeniero Francisco E. Méndez, quien tras realizar nuevos presupuestos viaja a Lima –en septiembre de 1877- con todo el expediente para su sustentación. Por esas “cosas que siempre suceden y sucederán” los planos de la catedral fueron  extraviados por Méndez y todo volvió a la “línea de saque”.

Nada pudieron hacer el nuevo encargado de la obra arquitecto Ramón Arce ni el ingeniero Ladislao Kruger, quienes simplemente lamentaron la pérdida de los planos, y más allá de algunas culpas, lo avanzado –cinco meses antes de la invasión chilena- quedó en el regazo de los “grandes y a veces adormecedores brazos de la espera”. La guerra se vino y Tacna quedó atrapada en el tiempo y en la angustia durante casi 50 años. Un 28 de agosto de 1929 retorna herida pero vigorosa al seno patrio. Y la gran obra, seguía esperando una nueva oportunidad.

Durante el gobierno del General Manuel A. Odría, se dispone el reinicio de la catedral pero con  nuevos diseños encargados al arquitecto Goicochea por la firma Garibaldi Hnos. Los trabajos se retoman el 25 de abril de 1951 y  la obra fue inaugurada el 28 de agosto de 1954, en una portentosa ceremonia que coincidió con las Bodas de Plata de la Reincorporación. Hoy, salvo “La Recova”, estos íconos de la identidad y el orgullo tacneño continúan formando parte de la historia y forjando el sentimiento de nación en las nuevas generaciones.

(Fuentes consultadas: “Tacna, Desarrollo Urbano y Arquitectónico (1536 – 1880)” Luis Cavagnaro Orellana, 2000 y “Levantamiento Arquitectónico y Digitalización de los planos de la Catedral de Tacna y Tipología de Viviendas de Tacna” Juan Manuel Velásquez, 2003).