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DIEZ MIL AÑOS DE UNA HISTORIA POCAS VECES CONTADA

Jesús Gordillo Begazo

¡Érase una vez¡

Así reza el preámbulo cuando queremos impresionar con el relato de una historia casi desconocida. Hoy, nos provoca compartir una historia de diez mil años pocas veces contada.

En un territorio con una geografía muy propia de los andes occidentales del sur andino, cercano al desierto de Atacama (el más seco del mundo) brotó la vida. Los “dioses”  del mar, ríos, quebradas, montañas y volcanes, se encargaron de “sembrar” en la tierra fértil una diversidad de plantas y animales y “dibujar” los más hermosos paisajes que hombre alguno hubiera podido imaginar en aquellos viejos tiempos. Y el hombre intervino y construyó sobre “esa vida” una historia, una cultura y un ramillete de tradiciones y costumbres que tímidamente han sido develas y transmitidas.

La historia comenzó hace diez mil años. Eran hombres que se organizaron en pequeños grupos para cazar y recolectar, recorriendo  las zonas húmedas del altiplano, los valles frescos de la sierra hasta llegar a la costa donde quedaron  deslumbrados por las hermosas lomas, la inmensidad del mar y el alimento que en sus aguas se guardaba.  En las alturas  cazaron el guanaco y la vicuña  tantas veces era posible y recolectaron frutos, semillas y raíces. Así, alternaron una dieta limpia y ajena de todo elemento nocivo que hoy ha invadido la sociedad moderna. Habitaron en cuevas, abrigos y  campamentos al aire libre; cubrieron sus cuerpos con pieles y coberturas vegetales, y utilizaron el fuego para cocinar sus alimentos y calentar las frías noches de los inviernos andinos. Aprendieron a trabajar la piedra para la elaboración de puntas de flecha, cuchillos, raspadores y raederas y los envolvió un mundo mágico al cual recurrieron mediante ritos y ceremonias propiciatorias para el éxito de la caza mayor. Y al mismo tiempo, nació en ellos el arte con hermosas pinturas rupestres realizadas en  cuevas y abrigos rocosos de sitios arqueológicos como Toquepala, Caru , Girata y Vilavilani.

La experiencia acumulada  y el permanente contacto con el medio natural, les permitió especializar su actividad económica. Paralelamente fueron creando nuevos instrumentos y artefactos que respondían al quehacer cotidiano. Se consolidó la domesticación de la alpaca, el llama y posiblemente del cuy y el perro. A este segundo momento cultural se le conoce como el arcaico superior. En algunos casos dejaron las cuevas y abrigos como refugios naturales para pasar a constructores de pequeñas aldeas aglutinadas. Los contactos económicos fueron más intensos gracias a la especialización y al inicio de una agricultura primaria. Se afianzó el sedentarismo, la generación de algunos excedentes de producción agrícola y la explotación intensiva de recursos marinos como peces, moluscos, mariscos, algas y lobos de mar.  En Tacna, la arqueóloga Daniélle Lavallé y sus colaboradores han investigado el inicio de este período cultural en “Quebrada de Burros”,  ubicada en el litoral, con  evidencias culturales desde los 9,000 años antes de Cristo.  Luego, desarrollaron una agricultura primaria como sucedió en la zona de Arica con el cultivo del camote y el zapallo. Y comenzó así un tercer momento cultural denominado formativo (1000 a.C. – 400 d.C.).

Los grupos que optaron por vivir en el litoral, una vez lograda la consolidación del manejo de los recursos marinos, decidieron buscar nuevos horizontes y se adentraron hacia las desembocaduras de los ríos, quebradas con aguas temporales y sectores medios de los valles. Y se hicieron agricultores, criadores de llamas y alpacas y entonces hubo más producción agrícola, más tráfico de bienes y más tiempo para producir cerámica y  tejidos de lana y algodón.  Conocieron la cultura de otras gentes que vivían en la cuenca occidental del lago Titicaca como Qaluyo, Chiripa, Huankarani y Pucara, quienes habrían alcanzado un importante desarrollo pastoril y textil. “El Atajo” (y otros sitios más) es un sitio importante ubicado en el valle Caplina donde vivieron esos hombres pioneros de la civilización tacneña, entre los 800 años a.C. hasta aproximadamente los 600 años d.C. en que asoman  los altiplánicos Tiwanaku a los valles occidentales.

El contacto con las poblaciones de la cuenca del Lago Titicaca nunca se perdió, al contrario, éste se incrementó favoreciendo el fortalecimiento de las actividades productivas de corte local y regional como la agraria, ganadera, marítima y artesanal. Dicho proceso creció con la llegada a Tacna de los colonizadores del Estado Tiwanaku, cuya capital se encontraba a 100 kilómetros al sur del Lago Titicaca. Ocuparon las mejores tierras productivas ubicadas en los sectores medios de los valles de Locumba, Sama y Caplina, y capturaron los puntos estratégicos para el control y repartición del agua. Este momento cultural de reconocida influencia altiplánica se desarrolló entre los 600 a 1200 años después de Cristo. Introdujeron aportes culturales innovadores y llegaron con sus dioses e íconos para seguir rindiéndoles culto en las nuevas tierras ocupadas. Cultivaron con intensidad el maíz, ají, zapallo y frijol, cuyos excedentes eran trasladados en grandes caravanas de llamas hasta la populosa urbe y capital del Estado. Construyeron sus casas en las terrazas bajas de los valles junto a sus espacios productivos, cerca de las confluencias de ríos y junto a tierras de alta calidad productiva. En Moquegua edificaron en OMO un impresionante templo de adobe y piedra al cual acudían en peregrinaje los pobladores de todos los valles costeros de la región. Su influencia cultural propició en las poblaciones locales un reforzamiento étnico y el posterior origen de estilos con características económicas y culturales muy singulares, totalmente opuestas al poder central Tiwanaku.

El poder político de ese impresionante Estado se debilitó, y entonces surgieron en los andes del sur  entre los 1,000 a 1,445 años después de Cristo nuevos hombres con culturas propias como los Colla, Pacaje y Lupaca. En Tacna, Arica y Moquegua se desarrollaron culturas regionales peculiares para cada valle, intensificándose la ocupación territorial de la costa y la sierra. Se generó una exitosa actividad agrícola, ganadera, marítima y explotación de los recursos, estimulando el fortalecimiento de las relaciones económicas con otras sociedades de la región. En los tejidos y la cerámica crearon  una peculiar  variedad de formas y diseños destacando el decorado lineal y geométrico, los espirales, círculos, rombos, volutas, representaciones de flora y fauna regional, seres mistificados, etc. que también fueron  representados en los petroglifos. Se hicieron trabajos de vasijas escultóricas, tallados en madera, objetos en fibra vegetal, metales, hueso, piedra y conchas marinas. Los valles fueron ocupados sistemática y racionalmente  por los diversos estilos culturales locales como: Chiribaya, San Miguel, Pocoma,  Gentilar y Sitajara, y se puso en marcha un estratégico modelo de interacción económica y social entre los grupos locales costeros y serranos con las poblaciones de la ribera del Titicaca. Posteriormente, con la llegada de los Incas a la zona,  se suceden algunos cambios estructurales importantes. Ya eran sociedades socialmente estratificadas.

Derrotados los Chancas y posteriormente consolidada la alianza con los poderosos lupacas del Altiplano, el Inca Pachacútec irrumpe las fronteras del Cuzco, dando inicio al nacimiento del GRAN IMPERIO DEL TAHUANTINSUYO. La incorporación del territorio tacneño al control Inka se dio de manera pacífica durante el gobierno de Tupac Inca Yupanqui, hijo de Pachacútec, por los años 1475 aproximadamente. Instalados los incas en Tacna, introdujeron la Mita como un nuevo sistema de producción y prestación de trabajo al servicio del Imperio. La cerámica y los textiles mostraron nuevas formas y decoración siendo más funcionales que artísticos. Sus evidencias las encontramos en los sitios arqueológicos de Peañas, Pachía, Challata y Pallagua en el valle Caplina; Sama la Antigua, Pampa Julia, Yalata, Kanamarca, Capanique, Qhile y  Huankarani en la cuenca del de río Sama; Pocoma y Moqi en Locumba; Los Hornos, Punta Meca e Ite en el Litoral; y Jucuri, Conchachiri y Palca en la zona altoandina.

La historia, narra que cuando todo se encaminaba a seguir el rumbo trazado por el Dios Sol y los apus locales, llegaron de ultramar unos barbados que con la espada y la  pólvora, aterraron y ensombrecieron el horizonte y entonces una nueva historia nació en los andes. En Tacna, el curaca Diego Caqui fue testigo presencial de esa historia pocas veces contada. La historia continúa¡¡.