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EPÍGRAFE VARELIANO

Por: Gonzalo Moya Cuadra

Varela desconfió del éxito y entendió que el verdadero sentido de la trascendencia es la creación, vale decir, la misma eternidad. “Odio todo lo que tenga que ver con el éxito y el poder”. Entender la poesía de Blanca Varela en el ocaso de la vida, sólo hay vida en esta vida, es una epifanía terrenal y una de las experiencias más extraordinarias, relevantes, relumbrantes, que suceden en la efímera historia de lo irremediablemente poético. Blanca, siempre padeciente, sufrió toda su vida, su única vida, toda una vida sin vida, padeció simplemente el dolor de existir en una tierra dominada por el dolor, suplicio lancinante que la llevó a escribir poesía críptica, la gran poesía es arcana, ajena a toda pretención vanidosa, apoteósica. “Pienso que soy una poeta para poetas, es ahí donde mi obra llega más profundamente y donde florece”.

Varela tuvo terribles vivencias de muerte, desaparece el dolor, aparece la muerte, no tuvo dios ni dioses, sólo tormentas en su infierno personal, o sea, vivir la escalofriante soledad fue para ella refugiarse en su propia soledad para crear poesía vital, honesta, madurada en el silencio, consciente, poesía madura que la llevó a ser considerada como la gran poeta peruana, acaso latinoamericana, acaso universal, acaso tanto como Vallejo. Siempre supo que los seres humanos, pensantes, viven insatisfechos, dudando y sobrecogidos por las complicaciones existenciales y la “inesperanza” de la condición humana, hipócrita, definitivamente decadente, depresiva, senil, falleciente, que ya llega al final. No tuvo temor a la muerte, nadie debería temer a la muerte, pues comprendió que al poetizar dialogaba con su otro yo, viajaba implacable al no ser, al gran dolor de la vida que es la inevitable, perfecta muerte, a lo humanamente perdido.

Blanca Varela compuso un nuevo lenguaje poético y por este meta concepto entendió que su vida fue siempre un adiós a muchas cosas, un adiós al amor, otro adiós a su hijo, “otra vez esta casa vacía / que es mi cuerpo / adonde no has de volver”, el más inaceptable adiós, un  adiós a la palabra, un adiós a la vida, mortalmente vivida, un adiós a la nada, mayestática muerte, “la muerte es menos que nada” ( Morin ). Blanca no pudo mantenerse en silencio, simplemente honró su ingénito talento por la poesía, creando una inmensa poesía, “nadie nos dice cómo / voltear la cara contra la pared / y / morirnos sencillamente”…