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Navidad

La Navidad es siempre particularmente hermosa y conmovedora. El ambiente se impregna de un dulce aroma, se reconstruyen los vínculos familiares, los disentimientos se relajan, se intensifica el espíritu religioso, el corazón ennoblecido por la poderosa intervención del niño Jesús; se desprende de resentimientos, y se entroniza el amor en el centro de nuestras vidas. En definitiva, Navidad se convierte en un cristalino río que, penetrando en los lugares más recónditos de nuestro interior, vivifica el adormecido sentimiento religioso y embriaga con aguas purísimas cada rincón de nuestro corazón.

El influyente teólogo alemán Karl Rahner, publicó el siglo pasado una breve meditación sobre la Navidad. Me limitaré a reproducir esta selección de razonamientos que, a mi juicio, están dotados de una belleza incontrastable y que espero, calen hondo en vuestro bienintencionado corazón: “Un hecho irrumpe nuestras vidas, recordamos que el Hijo [la Segunda Persona de la Santísima Trinidad] se hace verdaderamente hombre, la eterna razón del mundo se hace carne. Por eso en Navidad, reina una silenciosa tranquilidad en el mundo, pues ¡Dios habita entre nosotros! Él está sobre la tierra. ¡Estoy aquí!, dice Jesús”.

¿Cuál es el significado profundo de la Navidad? Un solo hecho es el motivo de la celebración navideña: recordamos el glorioso nacimiento de Jesucristo, Rey del Universo. Y ¿Quién es Jesús? Es Dios encarnado, el único y verdadero redentor del género humano. Por esta razón, el corazón se hincha de auténtica alegría y se imprime en nosotros un estado de ánimo consolador pues Jesús se manifestó, habitó entre nosotros y alimentó nuestro entendimiento con sagradas y sublimes enseñanzas, mostrándonos el camino de la vida eterna.