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P O L Í T I C A Ó F R I C A

Por: Gonzalo Moya Cuadra

“Algún día América tendrá una voz de continente…” (Salvador Allende)

El conflicto electoral que eligió a 51 consejeros constitucionales el domingo 7 de mayo recién pasado, sólo demostró y confirmó que la política chilena está atravesando por uno de sus momentos más conturbados u ófricos. Chile olvidó que la política inteligente, trascendente, sólo debe estar basada en estructuras racionales y pragmáticas, alejada de mezquindades o de soterrados intentos por desvirtuar lo moral. Chile no entiende que cada día se sumerge más en el marasmo del tiempo perdido y en el sinsentido del colapso democrático. El resultado de esta elección simplemente muestra una extraña propensión por mantener tanto las oquedades de la manipulación política y mediática del poder económico, como la supremacía enajenante de la extrema derecha pinochetista-neofascista, una derecha amoral que no tuvo la más mínima autocrítica política para participar en este proceso constitucional, pues per se es antidemocrática, una derecha insensible que siente un absoluto desprecio por los derechos humanos o sea, una derecha que se aprovechó de la carencia cultural de la ciudadanía, hoy sepultada en el insustancial jolgorio consumista y en la incerteza institucional.

La traducción fundamental de la derrota electoral es que el conglomerado republicano, más Renovación Nacional, Unión Demócrata Independiente y Evolución Política, derecha “social”, tendrán el control absoluto del nuevo órgano redactor. Es decir, significa un salvataje momentáneo para el neoliberalismo chileno, debido más que todo a la irresponsabilidad, la estulticia y la desunión de una parte de la izquierda adscrita o adosada a los parámetros empresariales. No hay duda que el pueblo chileno está amnésico, pues olvidó que la buena política no puede existir sin memoria histórica, o sea, la izquierda “progresista” post dictadura cometió un gravísimo error y los errores políticos tienen consecuencias a veces irreversibles que impiden desarrollar un gran proyecto liberador que implique sentido popular, conciencia, consecuencia, humanismo, ecología y moral.

Este descalabro electoral sólo traerá un retroceso axiológico para el gran proyecto político transformador iniciado por Salvador Allende el año

1.973. El nuevo consejo constitucional claramente será sólo un “saludo a la bandera”, pues no es aceptable que aquellos que violaron sistemáticamente los derechos humanos sean hoy los conductores y redactores de una “nueva” e inauténtica constitución. La derecha, toda la derecha, no sabe (o sabe) que nacerá muerta, que será letra muerta, mortinata y no hay duda que tarde o temprano está condenada a desaparecer, así como el partido republicano a autodestruirse. Su aceptación sería retroceder en el tiempo, sería ofender la memoria de todos los desaparecidos, sepultados y torturados, sería olvidar el reconocimiento autonómico de los pueblos ancestrales, sería repudiar efectivamente los legítimos derechos de las minorías sexuales, sería desconocer el aborto libre, ergo, el derecho de la mujer a ejercer su plena libertad de conciencia, sería no respetar el derecho a la eutanasia en caso que un paciente terminal la solicitase. No puede ser que un país de inspiración libertaria se incline a apoyar a un partido conservador, soberbio, categóricamente contradictorio e integrista.

Los votos nulos y blancos, más todos aquellos votos ausentes representan una votación de repudio que la prensa dominante se ha encargado de ocultar, lo que nos estaría indicando la ruta correcta para que en el plebiscito del próximo 17 de diciembre el pueblo chileno recupere la confianza política y el pleno sentido de su responsabilidad histórica, vale decir, debe rechazar de plano el “objetivo constitucional” que quieren imponer los obedientes hijos de la tiranía.

La derecha no dialoga, pues cree ser poseedora de una verdad inexistente. Por lo mismo, ese carácter intolerante no permite ni permitirá siquiera alcanzar mínimas coordinaciones dialógicas que concreten o propongan soluciones razonables para entronizar una nueva realidad que favorezca a los más sencillos, “a los doblemente marginados y oprimidos”, a los siempre condenados de todas las tierras. La izquierda verdadera, más los partidos progresistas (buenamente renovados), tienen los elementos políticos necesarios para conducir a Chile a un desarrollo comprometido con la solidaridad, ya que poseen la experiencia mítica para encauzar y asimilar el valor de la unidad del pueblo chileno, gestor de su propia liberación, redactando una moderna constitución realmente transformadora, traslúcida, ejemplo para todos los países regionales.